viernes, 28 de septiembre de 2018

Cuestiones Litúrgicas: Confirmación y Primera Comunión (Parte 2)

“Confirmación como requisto para los comulgantes”

Posibilidad #1: Los niños deben comulgar después de recibir una debida preparación catequética y el sacramento de confirmación.

La primera respuesta es la que ha sido más apoyada históricamente entre las iglesias cristianas y que todavía goza de oficialidad en la mayoría de las iglesias de la Comunión Anglicana.

Tradicionalmente la iniciación cristiana sigue este orden Bautismo, Confirmación y Comunión. No encontramos excepciones a la regla hasta el siglo XVI cuando algunos reformadores europeos eliminaron la confirmación. Aún así es importante recalcar que las iglesias reformadas en su mayoría mantuvieron alguna versión de la confirmación, siempre con una base catequética, que conllevaba la admisión a la Santa Comunión.

Navegando estas aguas con conocida Vía Media, la Iglesia de Inglaterra reformó la práctica de la confirmación, enfatizando el aspecto pedagógico y catequético sin eliminar el signo tradicional de la imposición de manos por el obispo y la admisión a la Comunión. La unción con crisma fue preservada en el edición de 1549 pero eliminada en la edición de 1552. El rito de confirmación con el catecismo del Libro de Oración (ediciones de 1549, 1552, 1559 y 1604) ofrece una serie de consideraciones e instrucciones sobre la práctica pastoral relacionada con este sacramento:

Para el fin de que la confirmación se administre con más edificación de cuantos la reciban (según la doctrina de San Pablo que enseñó que todas las cosas en la iglesia deberán hacerse para la edificación de los mismos), se estima bueno que de aquí en adelante ninguno será confirmado aparte de los que pueden recitar en su lengua matera los artículos de fe, el padrenuestro y los diez mandamientos y también que pueden responder a las preguntas de este breve Catecismo, para que el Obispo (o su designado) pueda examinarnos en ellos. Y este orden es el más convienente por varias consideraciones.

Primero, porque cuando los niños lleguen a los años de discreción y hayan aprendido que sus Padrinos y Madrinas prometieron por ellos en el Bautismo, y puedan confesar con su propia boca y con su propio consentimiento, y puedan reiterar y confesar lo mismo y también puedan prometer que por la gracia de Dios que siempre se empredenarán a obervar y preservar fielmente las cosas que con su propia boca y por su propia confesión han afirmado.

Segundo, por cuanto la confirmación se administra a los Bautizados, para que por la imposición de manos y oración puedan recibir fortaleza y defensa contra todas las tentaciones al pecado y los asaltos del mundo y el diablo, es digno que (la confirmación) se adminstre cuando los niños lleguen a esa edad, que en parte por la fragilidad de su naturaleza carnal, en parte por los asaltos del mundo y del diablo, entran en peligro de caer en el pecado. 

Tercero, porque es de acuerdo del uso de la iglesia en tiempos pasados, en que fue ordenado que la Confirmación debiera administrarse a los de edad madura, para que siendo instruidos en la religión de Cristo, pudieron profesar su fe abiertamente y prometieran ser obedientes a la voluntad de Dios.
Y para que nadie piense que algún detrimento llegará a los niños por posponer su confirmación: que sepa como una verdad que por la Palabra de Dios es cierto que los niños bautizados (si fallecen durante su infancia) sin duda son salvos.

Al final del orden se encuentra las siguientes declaraciones:

El cura de cada parroquia con un mínimo aviso de seis semanas, en un domingo u otro día santo, por una media hora antes de la Oración Vespertina, instruirá y examinará todos los niños presentes sobre alguna sección de este Catecismo, como el tiempo lo permita y como lo crea conveniente. Y todos los padres, madres, tutores y señoras, harán que todos los hijos, sirvientes y aprendices (no confirmados) lleguen a la iglesia en el día señalado, escuchen obedientement y sean instruidos por el cura, hasta que hayan aprendido todo lo que aquí se indica. 

Y cuando el Obispo señale que los niños le sean presentados en un lugar convenitente para su confirmación: Entonces el cura de cada parroquia llevará o enviará por escrito los nombres de todos los niños de su parroquia que pueden recitar los artículos de fe, el padrenuestro y los diez mandamientos, y también el número de los que pueden responder a las preguntas de este Catecismo.
Y ninguno será admitido a la Santa Comunión hasta que se confirme. 

Un lectura detallada de las consideraciones y declaraciones sobre la confirmación nos brinda algunos apuntes para entender la práctica anglicana tradicional en cuanto a la confirmación y su relación a la Santa Comunión:

  1. La confirmación tiene un aspecto pedagógico (catequesis y profesión de fe) y un aspecto ritual y espiritual (oración y fortaleza contra el pecado). Para los reformadores ingleses ambos son esenciales.
  2. La confirmación se debe administrar a los niños de la edad de razón (históricamente los 7-8 años de edad).
  3. Los niños bautizados que mueren durante su infancia (i.e. antes de edad de razón) sin duda son salvados.
  4. La Iglesia de Inglaterra sigue el orden tradicional de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Comunión. La confirmación, por tanto, es un requisito para recibir la Santa Comunión.

En Parte 3 veremos cuándo y por qué los no confirmados fueron admitidos a la Santa Comunión.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Reflexión Bíblica para la 18ª Semana después de Pentecostés (2018)

Llegaron a la ciudad de Cafarnaúm. Cuando ya estaban en casa, Jesús les preguntó: ¿Qué venían discutiendo ustedes por el camino? Pero se quedaron callados, porque en el camino habían discutido quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y servirlos a todos. (Marcos 9:33-35 DHH)

Parece que todos queremos ser grandes (y cada vez más grandes) y que queremos tener más cosas que sean más grandes. Queremos ser los primeros, los mejores y los más diestros. No solo es un eslogan político; es un estilo de vida y de pensamiento que de una u otra manera afecta toda nuestra sociedad. El problema es que malentendemos la grandeza.

El evangelio de esta semana nos enseña sobre la verdadera grandeza.

En el texto de S. Marcos leemos que los discípulos discutían sobre quién era el más importante. Podemos imaginarnos el diálogo inútil: ¡Es que soy yo!...No, hermano, aquí el grande soy yo...¡Cállense muchachos! Es que mando yo. Sabemos que su conversación no fue nada edificante, pues se apenaron cuando el Señor les preguntó de qué se trataba la discusión. 

Gracias a Dios, Jesús les aclaró de una vez que la grandeza no se trata de quién manda más o de quién se cree el más importante o de quién sale más en las fotos, sino que se trata de quién sirve más. Los más grandes son los que sirven, los que se ensucian las manos para atender a sus hermanos. Cualquier otra noción de grandeza es una vanidad ilusoria.

Las lecturas para el 18º Domingo después de Pentecostés (2018) son Proverbios 31:10-31; Salmo 1; Santiago 3:13-4:3,7-8a; San Marcos 9:30-37.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Cuestiones litúrgicas: Confirmación y Primera Comunión (Parte1)

Cuestiones litúrgicas: Confirmación y Primera Comunión, “Introducción”

Hace poco participé en una discusión sobre la primera comunión en un foro electrónico. Aparte de compartir las experiencias pastorales y las costumbres de sus diócesis y congregaciones locales, algunos participantes discutieron si la práctica de ofrecer clases preparatorias y celebrar un acto de primera comunión durante la liturgia es anglicana o no. En esta serie trataré de poner esta discusión en su contexto histórico y teológico.

Muchos clérigos se encuentran con cierto dilema referente al tema de cuándo admirtir los niños a la Santa Comunión. ¿Cuándo y bajo qué circunstancias deben comulgar los pequeños? En la práctica, las respuestas varían muchísimo, pero realmente tres repuestas encapsulan las posibilidades:

  1. Los niños deben comulgar después de recibir una debida preparación catequética y el sacramento de confirmación.
  2. Los niños deben comulgar después de recibir una debida preparación catequética y de ser admitidos a la Comunión por su clérigo local en vista de su futura confirmación.
  3. Los niños deben comulgar desde el día de su bautismo sin relación con el rito de la confirmación.

Cada parte de esta serie explorará una de estas tres respuestas haciendo referencia a las ediciones clásicas del Libro de Oración Común y a los documentos teológicos e históricos de la Iglesia de Inglaterra, la Iglesia Episcopal y la Comunión Anglicana. 

Si no vio la Reflexión Bíblica de la Semana, se encuentra aquí. 

martes, 18 de septiembre de 2018

Reflexión Bíblica para la 17a Semana después de Pentecostés (2018)

La Reflexión Bíblica de la Semana es cortesía Sermones que Iluminan:

RCL: Proverbios 1:20-33; Salmo 19; Santiago 3:1-12; San Marcos 8:27-38
Si nos detenemos para reflexionar sobre las lecturas de este domingo podemos escuchar la respuesta de la sabiduría divina a las circunstancias actuales del mundo y podemos aprender dos lecciones para nuestras vidas.
Frente a situaciones tales como gobiernos que reprimen a sus ciudadanos en nombre de sus pueblos, discursos que nos dividen en lugar de unirnos y la corrupción que va en aumento a pesar de los reclamos constantes por la justicia y los valores, podemos escuchar la voz de Dios preguntándonos y también invitándonos: “¿Hasta cuándo amarán la inexperiencia y hallarán placer en sus burlas y despreciarán el saber?” y “Presten atención a mis correcciones, y yo los colmaré de mi espíritu; les daré a conocer mis pensamientos”.
Ya conocemos el fenómeno que el libro de Proverbios nos plantea hoy. En algún momento hemos conocido la frustración: Buscamos respuestas a nuestras preguntas y soluciones a nuestros problemas, pero no las encontramos. Decimos que queremos una cosa, pero logramos otra. Por ejemplo, decimos que queremos paz, pero entramos en más conflictos innecesarios. Decimos que queremos una sociedad más justa y una vida mejor, pero no queremos esforzarnos para lograr estos deseos. La verdad es que el ser humano parece vivir la insensatez. En el vocabulario de la lectura del Antiguo Testamento, a menudo somos “inexpertos, burlones y necios”... La reflexión continúa aquí.

martes, 11 de septiembre de 2018

Reflexión Bíblica para la 16ª Semana después de Pentecostés (2018)



El rico y el pobre tienen algo en común: a los dos los ha creado el Señor. (Proverbios 22:2)

Ustedes hacen bien si de veras cumplen la ley suprema, tal como dice la Escritura: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Pero si hacen discriminaciones entre una persona y otra, cometen pecado y son culpables ante la ley de Dios. (Santiago 2:8-9)


Es relativamente fácil caer en el pecado señalado en las lecturas de esta semana: el favoritismo.
Es natural. Tenemos una afinidad con los que son como nosotros, con los que hablan nuestra lengua, con los que viven en nuestro barrio, con los tienen las mismas ideas o que se parecen a los nuestros y con los que comparten nuestro mismo estrato social. Y hasta cierto punto el querer encontrar estas afinidades es algo positivo que nos ayuda a practicar la virtud de la solidaridad.
El problema surge cuando nuestra afinidad con algunos resulta en prejuicios contra otros, cuando ya no queremos atender bien a algunos porque no son como nosotros y los nuestros. Eso sí está mal. Muy mal.
Está mal, y es pecado porque las Sagradas Escrituras dicen que todos, sin excepción, tenemos por lo menos una cosa en común: Todos fuimos creados por el mismo Dios (Prov. 22:2). Ricos y pobres, judíos y gentiles, todos los seres humanos tenemos el mismo origen. Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza y, por tanto, en lo que más importa somos iguales.  Ésta es una verdad fundamental, y el que no la entiende todavía no ha entendido el mensaje de la Biblia. En vista de ella, los prejuicios, los favoritismos y los recelos étnicos y  cualquier orgullo excesivo sobre aspecto de nuestra identidad son incompatibles con la fe en Jesucristo.
Las lecturas para el 16º Domingo después de Pentecostés (2018) son Proverbios 22:12,8-9,22-23; Salmo 125; Santiago 2:1-10,14-17; San Marcos 7:24-37.  
Nota a los lectores: Estoy trabajando en una nueva serie de cuestiones litúrgicas y el diseño de un posible programa de eduación teológica gratuita en español en base los recursos ya existentes en línea.  

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Reflexión Bíblica para la 15ª Semana después de Pentecostés (2018)


Las lecturas de esta semana, en su conjunto, nos explican el nexo entre la religión, nuestro corazón y nuestras acciones.

Mosaico romano de un pescado en Chipre.
La lectura del Cantar de los Cantares, según la interpretación simbólica tradicional, da una muestra del romance entre el Dios y el alma. Dios nos llama con su amor y bondad para que respondamos y acudamos a su presencia y para que obedezcamos su ley más por la buena voluntad que por el mandato. (Tal interpretación no invalida la interpretación literal de esta poesía nupcial.) El Salmo 45 nos ofrece un texto algo similar, pues es el canto al rey bendecido por el Señor. Ambos poemas nos avecinan la fe a los afectos y al gozo de la verdadera piedad.

La Carta de Santiago nos sirve de Reality check, que nos quita las ilusiones falsas en cuanto a una religión solamente de emociones y afectos. La religión pura y sin mancha delante de Dios el Padre es ésta: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y no mancharse con la maldad del mundo. (Santiago 1:27). La fe y la religión deben llevarnos a la acción en pro de los vulnerables y necesitados. Dirían los reformadores magistrales que la fe verdadera produce buenas obras como el árbol sano produce buenos frutos para la cosecha.

El evangelio del domingo da una segunda dosis de la misma medicina. Jesús deja claro que para Dios la religión no es puramente una cuestión de ritos y procedimientos; es cuestión de la conciencia (el corazón). Si tenemos el corazón envenenada, no servirá distinguir entre alimentos puros e impuros, pues es el corazón vicioso que produce todo lo que nos mancha con la maldad.

Las lecturas para el 15º Domingo después de Pentecostés son Cantares 2:8-13; Salmo 45:1-2, 7-10; Santiago 1:17-27; San Marcos 7:1-8, 14-15, 21-23.

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