El rico y el pobre tienen algo en común: a los dos los ha creado el Señor. (Proverbios 22:2)
Ustedes hacen bien si de veras cumplen la ley suprema, tal como dice la Escritura: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Pero si hacen discriminaciones entre una persona y otra, cometen pecado y son culpables ante la ley de Dios. (Santiago 2:8-9)
Es relativamente fácil caer en el pecado señalado en las
lecturas de esta semana: el favoritismo.
Es natural. Tenemos una afinidad con los que son como
nosotros, con los que hablan nuestra lengua, con los que viven en nuestro
barrio, con los tienen las mismas ideas o que se parecen a los nuestros y con
los que comparten nuestro mismo estrato social. Y hasta cierto punto el querer
encontrar estas afinidades es algo positivo que nos ayuda a practicar la virtud
de la solidaridad.
El problema surge cuando nuestra afinidad con algunos resulta
en prejuicios contra otros, cuando ya no queremos atender bien a algunos porque
no son como nosotros y los nuestros. Eso sí está mal. Muy mal.
Está mal, y es pecado porque las Sagradas Escrituras dicen que todos, sin excepción, tenemos por
lo menos una cosa en común: Todos fuimos creados por el mismo Dios (Prov.
22:2). Ricos y pobres, judíos y gentiles, todos los seres humanos tenemos el
mismo origen. Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza y, por tanto, en lo que más importa somos iguales. Ésta es una verdad fundamental, y el que no la entiende
todavía no ha entendido el mensaje de la Biblia. En vista de ella, los prejuicios, los favoritismos y los recelos étnicos y cualquier orgullo excesivo sobre aspecto de nuestra
identidad son incompatibles con la fe en Jesucristo.
Las lecturas para el 16º Domingo después de Pentecostés
(2018) son Proverbios 22:12,8-9,22-23; Salmo 125; Santiago 2:1-10,14-17; San
Marcos 7:24-37.
Nota a los lectores: Estoy trabajando en una nueva serie de cuestiones litúrgicas y el diseño de un posible programa de eduación teológica gratuita en español en base los recursos ya existentes en línea.
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