Las lecturas de esta
semana, en su conjunto, nos explican el nexo entre la religión,
nuestro corazón y nuestras acciones.
Mosaico romano de un pescado en Chipre. |
La lectura del Cantar de
los Cantares, según la interpretación simbólica tradicional, da
una muestra del romance entre el Dios y el alma. Dios nos llama con
su amor y bondad para que respondamos y acudamos a su presencia y para que obedezcamos su ley más por la buena voluntad que por el mandato.
(Tal interpretación no invalida la interpretación literal de esta
poesía nupcial.) El Salmo 45 nos ofrece un texto algo similar, pues
es el canto al rey bendecido por el Señor. Ambos poemas nos avecinan
la fe a los afectos y al gozo de la verdadera piedad.
La Carta de Santiago nos
sirve de Reality check, que
nos quita las ilusiones falsas en cuanto a una religión solamente de
emociones y afectos. La religión pura y sin mancha
delante de Dios el Padre es ésta: ayudar a los huérfanos y a las
viudas en sus aflicciones, y no mancharse con la maldad del mundo.
(Santiago 1:27). La fe y la
religión deben llevarnos a la acción en pro de los vulnerables y
necesitados. Dirían los reformadores magistrales que la fe verdadera
produce buenas obras como el árbol sano produce buenos frutos para
la cosecha.
El
evangelio del domingo da una segunda dosis de la misma medicina.
Jesús deja claro que para Dios la religión no es puramente una cuestión
de ritos y procedimientos; es cuestión de la conciencia (el
corazón). Si tenemos el corazón envenenada, no servirá distinguir
entre alimentos puros e impuros, pues es el corazón vicioso que
produce todo lo que nos mancha con la maldad.
Las
lecturas para el 15º Domingo después de Pentecostés son Cantares
2:8-13; Salmo 45:1-2, 7-10; Santiago 1:17-27; San Marcos 7:1-8,
14-15, 21-23.
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