Llegaron
a la ciudad de Cafarnaúm. Cuando ya estaban en casa, Jesús les
preguntó: —¿Qué venían discutiendo
ustedes por el camino? Pero se quedaron callados, porque en el camino
habían discutido quién de ellos era el más importante. Entonces
Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: —Si
alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y
servirlos a todos. (Marcos 9:33-35 DHH)
Parece que todos queremos
ser grandes (y cada vez más grandes) y que queremos tener más cosas
que sean más grandes. Queremos ser los primeros, los mejores y los
más diestros. No solo es un eslogan político; es un estilo de vida
y de pensamiento que de una u otra manera afecta toda nuestra
sociedad. El problema es que
malentendemos la grandeza.
El evangelio de esta
semana nos enseña sobre la verdadera grandeza.
En el texto de S. Marcos
leemos que los discípulos discutían sobre quién era el más
importante. Podemos imaginarnos el diálogo inútil: ¡Es que soy
yo!...No, hermano, aquí el grande soy yo...¡Cállense muchachos! Es
que mando yo. Sabemos que su conversación no fue
nada edificante, pues se apenaron cuando el Señor les preguntó de
qué se trataba la discusión.
Gracias
a Dios, Jesús les aclaró de una vez que la grandeza no se trata de
quién manda más o de quién se cree el más importante o de quién
sale más en las fotos, sino que se trata de quién sirve más. Los
más grandes son los que sirven, los que se ensucian las manos para
atender a sus hermanos. Cualquier otra noción de grandeza es una
vanidad ilusoria.
Las
lecturas para el 18º Domingo después de Pentecostés (2018) son
Proverbios 31:10-31; Salmo 1; Santiago 3:13-4:3,7-8a; San Marcos
9:30-37.
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