martes, 26 de junio de 2018

Reflexión Bíblica para la Quinta Semana después de Pentecostés (2018)

Cuando el filisteo miró a David, y vio que era joven, de piel sonrosada y bien parecido, no lo tomó en serio. (1 Samuel 17:33)


"David y Goliat" por Miguel Ángel, la Capilla Sixtina
Las apariencias engañan. David era un muchacho cuando peleó con Goliat. Era pequeño y realmente no tenía por qué entrar en la batalla, pues solamente llegó al campamento del ejército para llevar provisiones a sus hermanos. Por la apariencia nadie habrá pensado que era el hombre más valiente de Israel. Cuando por fin convenció al rey a permitirle lidiar con el filisteo, ni siquiera pudo revestirse con la armadura de combate y el enemigo se rio por ver tal pequeñez delante de él. Sin embargo, David ganó la batalla. Venció al filisteo y liberó su pueblo de la opresión de sus enemigos.

¿Cómo David, siendo tan pequeño, pudo ganar la batalla? Ganó porque su pequeñez lo hizo ágil, ganó porque las experiencias difíciles le enseñaron a usar las herramientas que estaban a su alcance, ganó porque su enemigo lo subestimó, pero sobre todo ganó porque confió en el poder supremo de Dios. El Dios en que David confió era, y es, más grande que cualquier problema o gigantón.

David se veía pequeño pero contaba con el poder de Dios. Lo mismo suele pasar con nosotros. Los problemas se ven muy grandes y nos sentimos muy pequeños delante de ellos. Cualquiera diría que estos problemas acabarán con nosotros, pero las apariencias engañan. Si confiamos en el Dios que ayudó a David, si confiamos en el mismo Dios que levantó a Cristo de entre los muertos, podemos vencer los problemas como David venció a Goliat porque Dios es quien pelea por nosotros.

Las lecturas para el Quinto Domingo después de Pentecostés (2018) son 1 Samuel 17:(1a, 4-11, 19-23), 32-49; Salmo 9:9-20; 2 Corintios 6:1-13; San Marcos 4:35-41. 

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