Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo
lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta
ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que
se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y
comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se
expresaran. (Hechos 2:1-4)
Pentecostés significa “50” pues se celebra esta
festividad en el día cincuenta después de la Pascua de Resurrección y aunque ya
existía como una celebración judía en los tiempos del Nuevo Testamento, recibió
otro significado para los cristianos por los acontecimientos contados en los
Hechos de los Apóstoles. Este libro nos
cuenta que los discípulos estaban juntos con María y otros seguidores de Jesús
cuando llegó el Espíritu Santo que les capacitó para dar testimonio de la Resurrección.
El apóstol Pedro explicó que todo sucedió en cumplimiento de la Palabra de Dios
y que Dios estaba llamando todos al arrepentimiento, al bautismo y a la nueva
vida en Cristo. Tres mil personas se sumaron al Iglesia en un solo día por la
predicación eficaz de los apóstoles.
Este don que se recibió en el Día de Pentecostés hace dos mil años permanece
con la Iglesia cristiana hasta el día de hoy. Todos los que tenemos fe y somos
bautizados tenemos una participación en este gran patrimonio, pues somos hijos
adoptivos del Padre y coherederos con Cristo quien prometió que el Espíritu Santo
moraría con los suyos hasta su regreso.
Este mismo Espíritu permaneciendo en la Iglesia nos capacita hoy para
proclamar las Buenas Noticias que Cristo vive y está llamando a todos a la
salvación en su Nombre.
Las lecturas para el Día de Pentecostés fueron: Hechos 2:1-21; Salmo
104:25-35,37; 1 Corintios 12:3b-13; San Juan 20:19-23.
OH Dios, que como en un tiempo como éste instruíste los corazones de tus fieles, enviándoles la luz de tu Espíritu Santo; Concédenos por medio del mismo Espíritu un juicio acertado en todo, y el gozo constante en su santo consuelo; por los méritos de Cristo Jesús nuestro Salvador, que vive y reina, en unidad contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
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