¡Bendito sea el reino del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo, por los siglos de los siglos Amén! (Liturgia de San Juan Crisóstomo).
El Domingo de la
Santísima Trinidad es el único domingo del año litúrgico expresamente dedicado
a un dogma. Dogmas son enseñanzas que
la Iglesia cristiana ha identificado como esenciales para los fieles. Para los
anglicanos y episcopales los dogmas de la fe se encuentran en los tres Credos de
los antiguos concilios de la cristiandad: el Credo de los Apóstoles, el Credo
Niceno y el Credo de San Atanasio. En su
conjunto los Credos forman una síntesis de las Sagradas Escrituras. La clave para
entender los Credos es saber que cuando negamos sus enseñanzas distorsionamos el mensaje bíblico.
En el caso de la
Santísima Trinidad, la Iglesia no enseña que podemos entender los misterios de
la esencia divina, ni cómo es que Dios sea Uno y Tres a la vez. Lo que la Iglesia enseña se plantea con el
principio bíblico que Dios se revela a través de sus obras en la creación, en
la redención del mundo y en la santificación de su pueblo elegido. Directamente de Jesucristo recibimos el testimonio
sobre el Padre que lo envió y el Espíritu Santo que nos prometió y en él vemos la
gran muestra de su amor hacia nosotros. Por tanto, proclamar el dogma de la
Santísima Trinidad se trata más de ser fiel a la enseñanza de Cristo que cualquier
especulación filosófica o teológica.
Las lecturas para
el Domingo de la Santísima Trinidad son Génesis 1:1-2:4ª; Salmo 8 o el Cántico
de Alabaza; 2 Corintios 13:11-13; San Mateo 28:16-20.
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