Señor, abre mis labios, y mi boca proclamará tus
alabanzas (Salmo 51:16)
Hace poco varias personas de la congregación me preguntaron acerca de los Salmos
y cómo los usamos en nuestros oficios. Al pensarlo me di cuenta que cada rito
del Libro de Oración Común incluye a los Salmos como un elemento constante. A
un mínimo los leemos, en los mejores momentos los cantamos y
cuando hacemos como Dios manda, los oramos.
Los primeros cristianos recibieron este patrón de culto de nuestro Señor y
lo trasmitieron a Iglesia hasta nuestros días. Los Evangelios nos dicen que
fueron los Salmos las palabras que salieron de los labios de Jesucristo en la
noche de la última cena y en la cruz. Quizás
por eso los Salmos formaron el primer y prácticamente el único himnario
cristiano por siglos. Hoy cantamos una
gran variedad de otros cantos pero sabemos que hay algo diferente en cuanto a
los Salmos. Este “algo diferente” es el factor divino—Los Salmos gozan del
visto bueno de Dios y forman parte de nuestra Biblia. Es decir que son Palabra
de Dios.
Cuando uno empieza a orar los Salmos, y no sólo leerlos, descubre pronto
con los grandes santos (como Atanasio de Alejandría y Agustín de Hipona) que
son como un espejo que refleja el alma del lector orante. Podemos descubrir que
las palabras del salmista dan voz a nuestras experiencias y emociones, a
nuestras alegrías y a nuestros miedos. De esta manera los Salmos validan a todo
el rango del sentir humano, incluso a los sentimientos de incertidumbre,
venganza y la frustración y enojo con Dios. En los Salmos se reconoce honestamente
a la totalidad de la vida real. Este reconocimiento de la experiencia humana nos puede enseñar a orar mejor, pues los
Salmos también nos dan cómo expresar nuestras necesidades y preocupaciones a
Dios en palabras que él escucha y que quiere escuchar.
En mi propia experiencia de la práctica de leer los Salmos en secuencia a
diario me ha llevado a orar los salmos de agradecimiento cuando estaba
resentido y los salmos penitenciales cuando estaba demasiado confiado. Ambos
acontecimientos me hicieron volver al centro y a reconocer la presencia de Dios
cuando más lo necesitaba. Los Salmos
también me dieron las palabras de oración en los momentos en que no fui capaz
de orar de otra manera. Doy gracias a Dios
por darnos los Salmos y a la Iglesia por enseñarme a orarlos. Así que recomiendo a todos que tomen sus
Biblias y que mediten, canten y oren los Salmos, porque Dios los escuchará.
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