viernes, 31 de julio de 2015

Ignacio de Loyola y los jesuitas


Hoy hago algo que algunos verán como no-anglicano: Hablaré de los jesuitas y su fundador, san Ignacio de Loyola (1491-1556), cuya conmemoración se encuentra en el Libro de Oración Común de la Iglesia Episcopal.
 
Ignacio recibe una visión de Cristo con el Padre,
Domenichino, 1622
Íñigo López, un soldado vasco enamorado de libros de caballerías, es una de las figuras principales de la contra-reforma o reforma católica del siglo XVI.  Muchos han escrito en contra de la Compañía de Jesús y muchos se han dedicado a criticar—con justificación—las artimañas políticas, las intrigas y el carácter secreto de la orden. Los jesuitas hasta fueron suprimidos por las autoridades eclesiásticas romanas en la persona del papa Clemente XIV (1773). Por tanto, la “leyenda negra” de los jesuitas no sólo es un invento protestante. Por esa mala fama en inglés describirle a alguien con el término “jesuitical” llegó a significar que era una persona que usaba su inteligencia y selección cuidadosa de palabras para engañar y manipular a los demás.  No obstante,  la compañía y su fundador tienen mucho que es admirable en su historia: el celo en el servicio de Dios, la devoción a la educación con la fundación de escuelas y universidades y el ímpetu misionero hacia la China y Japón en tiempos cuando muchos protestantes creían que la obra misionera se había acabado cuando el cristianismo llegó a Europa. El actual Obispo de Roma, de hecho, es jesuita. Son logros que nadie puede negar.  

Pero el fundador de los jesuitas también deja una herencia de oración y espiritualidad que inspira a cristianos de todo tipo. En particular hay una oración atribuida a san Ignacio que  me ha inspirado a confiar más en la voluntad del Señor. Refleja algo de la espiritualidad jesuita  y su devoción Cristo-céntrica:


Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad;
todo mi haber y mi poseer.

Vos me disteis,
a Vos, Señor, lo torno.
Todo es Vuestro:
disponed de ello
según Vuestra Voluntad.

Dadme Vuestro Amor y Gracia,
que éstas me bastan.
Amén.

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