Hoy hago algo que algunos
verán como no-anglicano: Hablaré de los jesuitas y su fundador, san Ignacio de
Loyola (1491-1556), cuya conmemoración se encuentra en el Libro de Oración Común de la
Iglesia Episcopal.
Ignacio recibe una visión de Cristo con el Padre, Domenichino, 1622 |
Íñigo López, un soldado vasco
enamorado de libros de caballerías, es una de las figuras principales de la
contra-reforma o reforma católica del siglo XVI. Muchos han escrito en contra de la Compañía
de Jesús y muchos se han dedicado a
criticar—con justificación—las artimañas políticas, las intrigas y el carácter secreto
de la orden. Los jesuitas hasta fueron suprimidos por las autoridades eclesiásticas
romanas en la persona del papa Clemente XIV (1773). Por tanto, la “leyenda
negra” de los jesuitas no sólo es un invento protestante. Por esa mala fama en
inglés describirle a alguien con el término “jesuitical” llegó a
significar que era una persona que usaba su inteligencia y selección cuidadosa
de palabras para engañar y manipular a los demás. No obstante, la compañía y su fundador tienen mucho que es
admirable en su historia: el celo en el servicio de Dios, la devoción a la
educación con la fundación de escuelas y universidades y el ímpetu misionero hacia
la China y Japón en tiempos cuando muchos protestantes creían que la obra
misionera se había acabado cuando el cristianismo llegó a Europa. El actual Obispo de Roma, de hecho, es jesuita. Son logros
que nadie puede negar.
Pero el fundador de los jesuitas también
deja una herencia de oración y espiritualidad que inspira a cristianos de todo
tipo. En particular hay una oración atribuida a
san Ignacio que me ha inspirado a confiar más en la voluntad del Señor. Refleja algo de la espiritualidad jesuita y su devoción Cristo-céntrica:
Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad;
todo mi haber y mi poseer.
Vos me disteis,
a Vos, Señor, lo torno.
Todo es Vuestro:
disponed de ello
según Vuestra Voluntad.
Dadme Vuestro Amor y Gracia,
que éstas me bastan.
Amén.
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