Y me alegro también de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando más débil me siento es cuando más fuerte soy. (1 Corintios 12:10)
En la epístola del domingo escuchamos algo sorprendente: nuestra
debilidad es nuestra mayor fortaleza. Suena contradictorio, pero es
una gran verdad la que el apóstol nos enseña.
De una u otra manera, todos somos débiles. Claro, todos tenemos
habilidades y virtudes; todos somos capaces de lograr cosas
importantes, pero todos en algo fallaremos. A todos, tarde o
temprano, vendrán desafíos que no podemos sobrellevar por cuenta
propia. Cuando intentamos superar estos desafíos con nuestras
propias fuerzas, éstas desvanecen y tenemos que buscar a Dios. Sólo
Dios nos puede suplir la fortaleza para superar
los retos que el ser humano encuentra.
San Pablo escribió que se alegraba
de sus debilidades porque sabía que cuando más
débiles nos sentimos
es cuando somos más fuertes.
Somos más fuertes en nuestros tiempos
de crisis porque en esos
momentos nos damos cuenta de que
dependemos totalmente de Dios. Los
problemas graves de la vida como la enfermedad, la
muerte de un familiar, los conflictos prolongados nos liberan
del autoengaño que nos lleva a creernos los más
capaces y nos orientan hacia la fuente de
nuestra existencia que es Jesucristo. Cuando todo parece ir en contra
de nosotros, también podemos escuchar las palabras del Señor: Te
basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad (2
Cor. 12:9).
Las
lecturas para el Séptimo Domingo después de Pentecostés (2018) son
2 Samuel 5:1-5, 9-10; Salmo
48; 2 Corintios 12:2-10; San
Marcos 6:1-13.
Hay muchas noticias que están saliendo de la Convención General de la Iglesia Episcopal, actualmente en sesión en la ciudad de Austin, Texas. Luego escribiré sobre los acontecimientos que creo que son los más importantes para el lectorado.
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