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A
menudo me doy cuenta de que algunas personas se extrañan cuando
miran a otros leer libros de teología o cuando empiezan a estudiar
los comentario bíblicos, o los documentos históricos de la iglesia--¿Por
qué quieren leer esos libros tan grandes y complicados? ¿Para qué sirve tanto estudio?
El
estudio de la teología y sus afines (como cualquier tema de
reflexión seria) sirve para muchos propósitos, pero el principal es el de hacernos entender mejor el mensaje de las Sagradas Escrituras.
Un
ejemplo claro es el primer capítulo de Efesios:
Alabado
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues en Cristo nos
ha bendecido en los cielos con toda clase de bendiciones
espirituales.
Dios
nos escogió en Cristo desde antes de la creación del mundo, para
que fuéramos santos y sin defecto en su presencia. Por su amor,
nos
había destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de
Jesucristo, hacia el cual nos ordenó, según la determinación
bondadosa de su voluntad.
(Efesios 1:3-5 DHH)
Dada
la manera de escribir que empleó San Pablo, cualquiera se puede
enredar con este texto. (¡A pesar de la puntuación de las ediciones
modernas, en griego Efesios 1:3-14 parece ser una sola oración
larguísima!) Por eso, la tarea de la reflexión teológica es
ayudarnos a desempacar los conceptos más densos y complicados a la
hora de estudiar la Biblia. Nos enseña a leer con detalle, a
cuestionar y tratar de compaginar el texto en nuestras manos con
otros textos de las Escrituras, y nos enseña a usar mucha cautela
cuando queremos enseñar “lo que la Biblia dice”.
Resumido
en pocas palabras, el pasaje nos enseña que Dios siempre nos ha
amado y nos ha preparado para participar en su vida gloriosa.
La
tradición encuentra en Efesios 1:3-14 uno de los textos
fundamentales para la doctrina de la elección y la predestinación:
Que desde la eternidad Dios nos bendijo, nos escogió, nos preparó,
nos destinó a ser sus hijos y nos ordenó según su buena voluntad. Se compara con Romanos 8:28-30 que expresa algo muy parecido, a saber, que Dios obra en nosotros para que lleguemos a compartir la gloria de Cristo. Al tomar en cuenta estos dos pasajes, nos ratifica que nuestra salvación es la obra de Dios y no algo que nosotros logramos. Por consecuencia, confesamos que Dios nos ama y que nos salva por una decisión tomada
antes de crear el mundo, y eso nos ayuda a evitar el engaño de pensar que Dios nos ama por ser buenos o justos como a veces creemos y nos protege de la
tentación de creer que podemos ganar lo que el Señor nos da libremente.
Las lecturas para
el Octavo Domingo después de Pentecostés (2018) son 2 Samuel
7:1-14a;
Salmo 89:20-37; Efesios 2:11-22; San Marcos 6:30-34, 53-56.
Salmo 89:20-37; Efesios 2:11-22; San Marcos 6:30-34, 53-56.
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