Me acuerdo de cuándo me di cuenta de la grandeza de Pablo. Fue cuando comencé a leer un libro que unos amigos me regalaron cuando mi familia se trasladó a otro lado del país. El libro se titulaba “Los 100” y describía a las cien personas más importantes de la historia. Lo chocante y lo que me abrió los ojos para admirar a San Pablo fue la nota del autor en que decía que había repensado el orden de sus biografías porque entre las ediciones se dio cuenta que el apóstol no sólo era el autor de la mayoría del Nuevo Testamento y el fundador de las iglesias más antiguas que han sobrevivido hasta ahora, pero también fue el primer teólogo y filósofo cristiano.
No se puede hacer ni teología ni filosofía en serio sin tomar en cuenta el pensamiento paulino. Ha afectado a todo. Aún si nos limitamos al campo religioso, podemos ver un sin número de santos cuyas vidas fueron cambiadas totalmente por escuchar o leer sus epístolas. Su influencia es tremenda. Mejor dicho todavía—en todas las épocas desde que sirvió al Señor en la tierra, Dios ha usado a San Pablo como instrumento para traer hombres y mujeres a conocer, amar y servir a su Hijo Jesucristo. Ésta es la meta de todo creyente, que Dios pueda usarlo para llevar otros a Cristo.
Por tanto, la conversión de Pablo no solamente marcó un cambio profundo en el joven religioso, sino marcó un cambio dramático para la historia del mundo.
[publicado originalmente 26-01-15 y adaptado 2017]
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