En honor a la
Presentación del Señor en el Templo: La Candelaria o la Purificación de la Bendita Virgen María.
Cuando se
cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés,
llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la
Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de
tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he
aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y
piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo.
Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de
haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y
cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley
prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor,
puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto
mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz
para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su
madre estaban admirados de lo que se decía de él. (San Lucas 2:22:33)
OMNIPOTENTE y Eterno Dios, humildemente suplicamos a tu Majestad, que, como tu unigénito Hijo fué en un tiempo como éste presentado en el templo en la substancia de nuestra carne, así seamos presentados a ti con corazones puros y limpios; por el mismo tu Hijo Jesucristo nuestro Señor. Amén. (Libro de Oración Común, 1928)
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