Nieve, nieve y
más nieve. Así es nuestro panorama este
invierno. Les gusta ver la nieve a mi esposa
y a mi hija, como a todos los más o menos recién llegados a este país. Pero a
mí nunca me ha encantado la escarcha blanca aunque, sí, hay momentos en que
puedo ver por la ventana y repetir las palabras de los mancebos del libro de
Daniel: “Nieves y hielos de los cielos, bendecid al Señor.” Siempre son
momentos en que no tengo que salir de la casa.
Foto tomada por mi esposa |
Pero un día,
después de haberlo usado
y desusado,
de declararlo
inútil y anacrónico camello,
cuando por largos meses, sin protesta,
me sirvió de sillón
y de almohada,
se rebeló y plantándose
en mi puerta
creció, movió sus hojas
y sus nidos,
movió la elevación de su follaje:
árbol
era,
natural,
generoso
manzano, manzanar, o manzanero,
y las palabras,
brillaban en su copa inagotable,
opacas o sonoras,
fecundas en la fronda del lenguaje,
cargadas de verdad y de sonido.
Es buenísimo y en estos días congelados me
parece que un café caliente y un buen libro al lado de la chimenea suenan
bastante bien.
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