Este domingo me tocó predicar sobre la tentación del Señor porque es lo que
leemos todos los años en el Primer Domingo en Cuaresma. Debe ser un
acontecimiento bastante importante, pues tres de los evangelios nos cuentan que
Cristo fue tentado en el desierto después de su bautismo. Mateo y Lucas nos dan
varios detalles de cómo Satanás intentaba tentar al Señor. Pero en esta ocasión
leí de Marcos y Marcos no nos dice casi nada de las tentaciones. Lo vi como una
oportunidad de recalcar algo de las enseñanzas de san Agustín de Hipona: Debemos
concebir la tentación del Señor de un modo global. La Carta a los Hebreos dice
que Cristo fue tentado de toda manera, como nosotros, mas no pecó. Los pocos
detallas de Marcos hacen enfático el mensaje—Fue tentado. No fue un
espectáculo. Fue un encuentro con el mal y Jesús lo venció. En su Comentario sobre el Salmo 40 (41), Agustín nos
recuerda que por el bautismo nos hacemos miembros de Cristo, nos incorporamos a
él. Por tanto, cuando el Señor fue tentado, fuimos tentados con él y cuando el
Señor venció a la tentación, la vencimos con él. Entender eso debería animarnos
a resistir aún más a la tentación cuando se nos presenta—no porque seamos
fuertes en nosotros mismos siendo débiles por nuestra constitución, sino porque
Cristo está a nuestro lado para vencer con nosotros.
Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compartir el peso de nuestras debilidades, sino al contrario: tentado en todo, como semejante nuestro que es, pero sin pecado. (Hebreos 4:15)
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