viernes, 11 de enero de 2013

Luchando contra el Mal

El Mal existe. No entiendo a la gente que dice lo contrario. Sólo hay que abrir los ojos para ver que hay mucho mal en este mundo. Tanto así que a veces el mal se ve tan grande que pensamos que no podemos contra él. Nos engaña. Nos asusta y nos rendimos por algún miedo. Quizá hasta decimos que será más fácil si aceptamos el dominio del mal en alguna parte de nuestra vida. Se nos olvida que Dios es más grande y más poderoso que cualquiera de los entes del mal.  De hecho Cristo ya los venció con su muerte y resurrección. (La liturgia ortodoxa repite esta frase muchas veces en la misa de Sábado Santo.) Es una verdad muy importante.

La cosa es que aún derrotado, el Maligno quiere llevar consigo todos cuantos pueda. Trata de intimidar, chantajear y engañarnos. La batalla consiste en recordarle que es un derrotado y que no tiene ningún derecho respecto a los que confiamos el Jesucristo. A nosotros nos toca mantener la fe en Dios y en su palabra. Renunciamos al mal y confiamos en Dios.
 El Rito de Santo Bautismo refleja tal postura también: Hay tres renuncias y tres afirmaciones ¿Renuncias a Satanás y a todas las fuerzas espirituales del mal que se rebelan contra Dios? ¿Renuncias a los poderes malignos de este mundo que corrompen y destruyen a las criaturas de Dios? ¿Renuncias a todos los deseos pecaminosos que te apartan del amor de Dios?...¿Te entregas a Jesucristo y le aceptas como tu Salvador? ¿Confías enteramente en su gracia y amor? ¿Prometes seguirle y obedecerle como tu Señor? Tenemos que decidir por quién vamos. Si vamos por el mal, con esto perdemos ya. Si vamos por Dios, no podemos perder nunca.

En las palabras de San Pablo (gracias a mi esposa y mi hija por acordarmelas ayer):
Sabemos también que, con los que aman a Dios, con los que él ha llamado siguiendo su propósito, él coopera en todo para su bien. Porque Dios los eligió primero, destinándolos desde entonces a que reprodujeran los rasgos de su Hijo, de modo que éste fuera el mayor de una multitud de hermanos, ya esos que había destinado, los llamó; a esos que llamó los rehabilitó, y a esos que rehabilitó les comunicó su gloria. ¿Cabe decir más? Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en contra? Aquel que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo es posible que con él no nos lo regale todo? ¿Quién será el fiscal de los elegidos de Dios? Dios, el que perdona. Y ¿a quién tocará condenarlos? Al Mesías Jesús, el que murió, o, mejor dicho, resucitó, el mismo que está a la derecha de Dios, el mismo que intercede en favor nuestro. ¿Quién podrá privarnos de ese amor del Mesías? ¿Dificultades, angustias, persecuciones, hambre, desnudez, peligros, espada? Dice la Escritura: Por ti estamos a lamuerte todo el día, nos tienen por ovejas de matanza.' Pero todo eso lo superamos de sobra gracias al qué nos ha demostrado su amor. Porque estoy convencido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni soberanías, ni lo presente ni lo futuro, ni poderes, ni alturas, ni abismos, ni ninguna otra criatura podrá privarnos de ese amor de Dios, presente en el Mesías Jesús, Señor nuestro. (Romanos 8:28-39)
 

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