Retrato imaginario de Fernando II de León
por Isidoro Lozano, 1850
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Sin duda el rey
David se encuentra entre los personajes más importantes y atractivos
de la Biblia: valiente en la batalla, consolador del rey Saúl,
amigo, poeta, músico y gobernante sagaz, pero cuando lo vemos luego en el
capítulo 11 de 2 Samuel, se ve repugnante e impulsivo con
comportamiento adultero y asesino. ¿Por qué la Biblia nos cuenta
esta terrible historia de David y Betsabé?
Supongo que hay
varias razones por las cuales Dios inspiró al hagiógrafo a escribir
esta historia, pero quiero resaltar solo una: Aparte de querer ser fiel a los hechos, el Señor quiso
enseñarnos que todos, incluso los más grandes e importantes, somos
pecadores. Como dice el salmo: Todos se desviaron, a una se han
corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno (Salmo
14:3). Todos hemos fallado y nos vemos con la obligación de
buscar el perdón. Si ni siquiera David, un rey ungido por Dios, se
escapó del pecado, no debemos engañarnos pensando que seremos ilesos
de la infección de la maldad. Si David tenía de arrepentirse,
nosotros también tenemos que arrepentirnos y volver al Señor. Quizás nos ayude acordarnos de nuestras promesas bautismales: ¿Perseverarás en resistir al mal, y cuando caigas en pecado, te arrepentirás y te volverás al Señor?
Así lo haré, con el auxilio de Dios. (LOC 225)
Las lecturas para
el Décimo Domingo después de Pentecostés son 2 Samuel 11:1-15;
Salmo 14; Efesios 3:14-21; San Juan 6:1-21.
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