Rafael, La Transfiguración |
Cada
06 de agosto—incluso si esta fecha es un domingo— la Iglesia
celebra la festividad de la Transfiguración del Señor para
conmemorar la revelación de la divinidad de Jesucristo a los
apóstoles Pedro, Santiago y Juan en la presencia de Moisés y Elías.
El Nuevo Testamento incluye cuatro relatos sobre el acontecimiento,
lo que demuestra su importancia para los primeros cristianos. (Los
cuatro relatos son Mateo 17:1-8; Marcos 9:2-13; Lucas 9:28-36; y 2
Pedro 1:16-21.) Es el tema de muchas obras de arte religioso y de los
grandes maestros de la espiritualidad: La luz divina se revela en la
oración y la vida contemplativa.
Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. (Mateo 17:1-3)
Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. (Mateo 17:1-3)
Al
parecer la celebración litúrgica de la Transfiguración siempre ha
sido favorecida entre los cristianos ortodoxos del Oriente pero que
no recibía tanta atención en las comunidades del Occidente hasta el
siglo XX, cuando se extendió entre las iglesias de la Comunión
Anglicana, especialmente en Gran Bretaña y los Estados Unidos. La
conmemoración fue adoptada con entusiasmo por sus bases bíblicas y
porque fue una señal de la solidaridad ecuménica y la unidad
cristiana.
Irónicamente,
durante ese mismo periodo, por influencia de académicos alemanes, se
promovió la idea que la Transfiguración sólo era un mito cristiano
careciente de valor histórico, introducido en la historia de la vida
de Jesús para resaltar el relato posterior de la Resurrección. Lo
extraño de este concepto es que las afirmaciones bíblicas de la
Transfiguración, aparte de ser múltiples, precisamente insisten que
no son ni mitos ni cuentos, sino testimonios acerca de un evento
concreto de la historia:
Porque
cuando les anunciamos el poder y la venida del Señor nuestro
Jesucristo, no nos guiábamos por fábulas ingeniosas, sino que
habíamos sido testigos oculares de su grandeza. En efecto, él
recibió de Dios Padre honor y gloria, por una voz que le llegó
desde la sublime Majestad que dijo: Éste es mi Hijo querido, mi
predilecto. Esa voz llegada del cielo la oímos nosotros cuando
estábamos con él en la montaña santa. (2 Pedro 1:16-18)
En
lugar de interpretar el texto bíblico los promotores de la
“desmitologización” de la Transfiguración introdujeron sus
ideas preconcebidas a sus estudios. Es decir que estudiaron sus
prejuicios filosóficos más que el Nuevo Testamento. El mismo texto
que afirma de la historicidad de la Transfiguración nos advierte que
no debemos interpretar la Palabra de Dios según criterios
personales:
Pero
deben saber ante todo que nadie puede interpretar por sí mismo
una profecía de la Escritura, porque la profecía nunca sucedió
por iniciativa humana, sino que los hombres de Dios hablaron movidos
por el Espíritu Santo. (2 Pedro 1:20-21)
Cualquiera
que trabaje en base de un sistema ideológico, sea “conservador”
o “crítico” corre con este riesgo y de alguna manera u otra
todos lo hacemos. La “mitología” de la Transfiguración no es la
única idea crítica que ha sido desacreditada con los años pero es
suficiente para acordarnos que las Sagradas Escrituras son más
importantes que nuestros sistemas filosóficos, prejuicios e
idiosincrasias, pues las Escrituras son la Palabra de Dios.
Este post es adaptado de textos previamente publicados en "El Cura de Dos Mundos".
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