Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpados nuestras manos, es lo que les anunciamos: la palabra de vida. (1 Juan 1:1)
Durante las siete semanas de
Pascua las lecturas llaman nuestra atención a tres temas grandes:
las manifestaciones del Cristo resucitado, la vida eclesial de los
primeros cristianos y el comportamiento de los creyentes en
consecuencia de su fe en la resurrección.
Esta semana la manifestación
del Señor resucitado realmente consiste de dos apariciones, una en
la tarde del mismo día de la resurrección y la otra a los ochos
días. Según la tradición reflejada en los libros atribuidos a San
Juan, los apóstoles ahora recibieron el don del Espíritu Santo y su
comisión de proclamar el perdón de los pecados. (Históricamente
los anglicanos hemos localizado el inicio del ministerio sacerdotal
en este momento más que en la Última Cena.) Cristo no sólo les dio
el mandato, sino también la gracia para cumplirlo.
La primera carta de San Juan
refleja algo similar aplicado a la vida cristiana. Según el apóstol,
los creyentes estamos llamados a “permanecer en la luz” de Dios.
Al dirigir nuestra vida en la fe Dios nos proveerá la comunión con
él y con los demás. Este caminar en esta luz divina es posible
porque la luz viene de Dios y no de nosotros mismos. Dios es quien
ilumina a nuestras vidas. Además, porque nuestro caminar es
imperfecto, Dios mismos nos proveerá un defensor (Cristo) y el
perdón que nos limpiará de nuestras impurezas.
Los Hechos de los Apóstoles
cuadra varias escenas en que podemos ver cómo los primero creyentes
intentaron vivir en la luz de Cristo. La lectura breve del capítulo
4 demuestra su unidad y comunión tanto en lo material como lo espiritual.
Las lecturas para el Segundo
Domingo de Pascua (2018) son Hechos 4:32-35; Salmo 133; 1 Juan
1:1-2:2; San Juan 20:19:31.
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