Y a todos los que lo recibieron, a los que
creyeron en él, les dio el poder de convertirse en hijos de Dios. (S. Juan
1:12)
Cuando pensamos
en los textos bíblicos relacionados con el nacimiento de Jesucristo, casi
siempre pensamos en el relato de Lucas 2 que nos ubica en Belén y que nos habla
del mesón, de María y José y de los pastores y los ángeles. Creo que es la historia
que todos conocemos porque este evangelista nos lo cuenta de manera concreta y
viva, y es el texto que escuchamos durante las misas de Nochebuena.
Sin embargo,
históricamente el texto evangélico más leído durante la Navidad ha sido el Prólogo
de San Juan (1:1-18). Este texto nos remota al “principio” y a la creación del
universo por el Verbo de Dios, el Verbo activo sobre el mundo y dentro del
mundo, alumbrando el mundo, pero a la vez rechazado por el mundo. El lector se
da cuenta que este Verbo persiste en llegar a la humanidad a pesar de la terquedad
humana; y con la primera lectura es fácil enredarse en el movimiento de las
palabras, pero todo se aclara con el punto culminante: Y el Verbo se hizo carne y vivió entre nosotros (1:14). El Verbo, la Palabra de Dios, nació un
hombre entre los hombres.
Algo que distingue
el texto de Juan del texto de Lucas (o de Mateo) es que Juan nos explica el
porqué de la Navidad. El texto nos enseña que Jesús nació para que nosotros los
seres humanos podamos llegar a ser hijos de Dios, no porque lo merecemos, ni
siquiera porque lo queremos, sino porque Dios así lo quiere en su gracia y su
misericordia. Es un testimonio tremendo del amor de Dios.
Las lecturas para
el Primer Domingo después de Navidad (2018) son Isaías 61:10-62:3; Salmo 147;
Gálatas 3:23-25, 4:4-7; San Juan 1:1-18.
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