Este domingo no prediqué sobre la Epístola a los Filipenses sino sobre la
figura del viñedo que aparece en la lectura de Isaías y la porción del
Evangelio. Ahora pienso que vale la pena reflexionar sobre este texto enfático:
Y ciertamente, aun estimo
todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor. Por amor a él lo he perdido todo y lo tengo por basura, para
ganar a Cristo (Filipenses 3:8).
San Pablo quiso definirse con la epístola a los Filipenses. Habla de sus raíces
en un mensaje autobiográfico en el cual explica que él es “hebreo de hebreos” y
en cuanto a la ley “celoso,” es decir un judío de sangre pura y de práctica
escrupulosa. Incluso era fanático, pero cuando conoció a Jesucristo, su vida
cambió totalmente. Pasó de ser orgulloso a causa de su propia justicia basada en su
celo por la ley a fiarse sólo en Cristo su Señor y Redentor.
Comparado con la gracia de Dios en Cristo todos sus logros personales y su supuesta
pureza religiosa eran “basura” o, literalmente, “m-----”. A veces los traductores
suavizan la fuerza de esta expresión para cuidar los buenos modales; sin
embargo con vehemencia el apóstol quiere expresar su rechazo radical a cualquier pretensión
de justicia propia. Vive sólo por Cristo y por su fe en él. Nada
más le importa.
Para nosotros hoy también existe la tentación de proclamarnos justos,
pensando que somos buenos por nuestra religiosidad, por nuestra herencia
familiar o por algún otro motivo humano, pero la verdad es que nadie tiene por qué ufanarse. Cualquier motivo que tengamos en realidad, al igual que a los motivos de Pablo, será basura comparado con la excelencia de conocer a Cristo
Jesús nuestro Señor.
Las lecturas para el
Decimoctavo Domingo después de Pentecostés (2017) son Isaías 5:1-7 (o Éxodo
20:1-4, 7-9, 12-20); Salmo 80:7-15 (o Salmo 19); Filipenses 3:4b-14; San Mateo
21:33-46.
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