Entreguen al César lo que es
del César y entreguen a Dios lo que es de Dios. (S. Mateo 22:21)
[Este domingo no prediqué el
sermón porque nuestro obispo estuvo en San Jorge para bautismos y
confirmaciones. Cumpliendo con su papel de pastor y maestro principal de la
diócesis, el obispo Knisely habló sobre la trampa de la moneda. Esta reflexión
es una adaptación de su mensaje.]
Visita Pastoral a la Iglesia Episcopal San Jorge, Central Falls, RI |
Para entender la enseñanza de Cristo
“Den al César lo que es de César y den a Dios lo que es Dios” tenemos que entender algo
de tal moneda. Tenía dos caras: una con el rostro del emperador con el texto “Tiberio,
hijo de un dios” y otra que representaba la madre del emperador como una
diosa victoriosa. Era una moneda a la imagen y semejanza de su creador. Fue
creado por el imperio para pagar los impuestos del imperio. En su sabiduría Jesús
no se oponía a pagar el tributo al César con la moneda de César, pues cada cosa
es para su dueño. Por eso, San Pablo en su momento también enseñó que hay que pagar honor e
impuestos a quienes se los deben (Romanos 13:7).
Pero ¿qué significa entonces dar a Dios lo que es de Dios? Encontramos la respuesta
en lo que Dios hizo a su imagen, es decir el ser humano. Según el relato de la
Creación en Génesis (capítulos 1-2) el Señor creó al ser humano a su imagen y semejanza.
Nuestra humanidad refleja algo de nuestro Creador. Fuimos creados por él y para él. Nuestro
principio y nuestro fin se encuentran en Dios, y por ende
debemos entregar nuestra vida a Dios en honor al Señor como se entregaba la
moneda del emperador para los impuestos del emperador. Si el César
quiere que le devolvamos sus monedas, está bien, pero lo que Dios quiere es que
le entreguemos nuestras vidas a él.
Las lecturas del Vigésimo
Domingo después de Pentecostés (2017) son Isaías 45:1-7 (o Éxodo 33:12-33);
Salmo 96 (o Salmo 99); 1 Tesalonicenses 1:1-10; San Mateo 22:15-22.
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