martes, 21 de febrero de 2017

Reflexión bíblica para la Séptima Semana después de Epifanía (Sexagésima)


Sed santos como yo el Señor vuestro Dios soy Santo. (Levítico 19:2)
Sed perfectos como vuestro el Padre en el cielo es perfecto. (S. Mateo 5:48)

Cuando escuchamos el llamado a ser santos es fácil creer que sólo vamos a escuchar de mandamientos de practicar cierta religiosidad externa. Sin embargo, la santidad que el Señor describe incluye muchísimo sobre la vida diaria. Es decir que las Sagradas Escrituras nos enseñan a vivir la vida que Dios quiere para su pueblo:
Respetar a nuestros padres, proveer al necesitado, no engañar ni robar a los demás, pagar el obrero a tiempo, no vengarse y no contar chismes o hacer declaraciones falsas.  
Jesucristo enseñó el mismo mensaje en su Sermón en la Montaña.  En lugar de vengarse, insiste en que prestemos la segunda mejilla y que bendigamos a los que nos tratan mal. Sobre todo, nos llama a perdonar.  Para el Señor eso es la perfección y la santidad verdadera.
Pienso que San Pablo quería enseñar lo mismo en su Primera Carta a los Corintios cuando los exhortaba a no destruir el templo de Dios. ¿Y qué es el templo de Dios? Lo somos nosotros, el pueblo de Dios.  Dios quiere que practiquemos la santidad dentro de la iglesia (y fuera de ella también). Eso requiere que nos respetemos y nos honremos unos a otros; requiere que sirvamos sin buscar el protagonismo egoísta y que aprendamos a perdonar a los demás aunque nos cueste mucho.   
Claro, es difícil vivir con esta clase de santidad. Digo yo que es imposible sin la ayuda de Dios, pero los cristianos estamos sin excusa porque el Señor ha prometido darnos lo que pidamos en oración. Si pedimos la ayuda de Dios para perdonar, para amar y para servir al necesitado, él es bueno y justo y nos concederá la verdadera santidad.


Las Lecturas para la Séptima Semana después de Epifanía son Levítico 19:1-2,9-18; Salmo 119:33-40; 1 Corintios 3:10-11,16-23; San Mateo 5:38-48.

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