La Abadía de Westminster, Londrés |
Cada grupo de cristianos posee algo especial que todos los demás pueden
apreciar como un don de Dios para toda la Iglesia. En el caso del anglicanismo muchos estarán de
acuerdo conmigo al afirmar que nuestra joya es la oración vespertina cantada en
las grandes iglesias catedralicias.
Aunque yo tenía muchos años de rezar el Oficio diario, no sabía qué bello
es el oficio vespertino cantado hasta experimentarlo
una tarde en la Abadía de Westminster. El templo en sí es una belleza
arquitectónica que ha servido por el culto cristiano por más de mil años y que
ocupa en papel especial en la historia de la nación y la iglesia inglesas, si
no es por nada más, porque allá se coronan los reyes. El oficio en sí es sencillo y conocido:
versículos de apertura, el canto antifonal de los salmos, las lecturas bíblicas
y las conmemoraciones diarias de los santos. Todos los elementos se juntan para
construir un oasis espiritual para el alma cansada y sedienta. Aun para el anglicano
experimentado es algo inolvidable. La
voz de Dios se escucha a través de la música y a través de su Palabra leída
pausadamente como si fuera una meditación extendida o retiro espiritual en
miniatura. El evensong anglicano
tiene tanto poder que hasta los ateos logran apreciar su encanto y comentan
sobre cómo les atrae el misterio de este Dios adorado en la belleza de los
cánticos y el silencio de la meditación. (¿Alguna vez ha pensado en el poder
evangelístico del culto bien ordenado?) Mi consejo para cualquiera que tiene la
oportunidad de asistir a la oración vespertina en una catedral o iglesia
principal de nuestra querida Comunión Anglicana es que no dude en hacerlo.
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