miércoles, 2 de marzo de 2016

Mi Hija, las Matemáticas y Dios



Hace poco mi hija me hizo contemplar la relación entre Dios y las matemáticas.



Ella había regresado de la escuela media muy contenta después de aprender acerca de uno de los esoterismos del conocimiento matemático. Había aprendido de la secuencia de Fibonacci*  (1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144…). Vino contando que todo el universo está compuesto de esta secuencia numérica. 

Estaba maravillada y tenía razón de estarlo, pues se encuentra esta secuencia en todas partes: Es el patrón de crecimiento de los árboles, los diseños de las bellotas de pino,  de las piñas y de las alcachofas, del linaje de las abejas, aspectos del cuerpo humano y la formación de huracanes. Tiene un sinnúmero de aplicaciones en la física y la ingeniería. En breve, el descubrimiento de la secuencia Fibonacci fue un logro importantísimo para conocer y entender el universo. Realmente es algo genial y me encantó cómo ella me lo contaba con detalles e interés claro, pero lo más interesante de nuestra plática fue que ella misma había sacado la conclusión que si el mundo está construido según la secuencia Fibonacci, no puede ser que todo apareció al azar sino que el universo se debe a una mente prodigiosa. La clase de matemáticas le había revelado algunos de los pensamientos de su Creador.  
Oh Señor, soberano nuestro, ¡cuán glorioso es tu Nombre en todo el universo! (Salmo 8:1)


*Fibonacci era un matemático italiano del siglo XIII que escribió sobre el tema. Siglos antes, los matemáticos de la India ya habían escrito sobre el fenómeno.

 



 

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