Ella había regresado de la escuela media muy
contenta después de aprender acerca de uno de los esoterismos del conocimiento
matemático. Había aprendido de la secuencia de Fibonacci* (1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144…). Vino
contando que todo el universo está compuesto de esta secuencia numérica.
Estaba maravillada y tenía razón de estarlo, pues se encuentra esta
secuencia en todas partes: Es el patrón de crecimiento de los árboles, los
diseños de las bellotas de pino, de las
piñas y de las alcachofas, del linaje de las abejas, aspectos del cuerpo humano y la formación de huracanes. Tiene un sinnúmero
de aplicaciones en la física y la ingeniería. En breve, el descubrimiento de la
secuencia Fibonacci fue un logro importantísimo para conocer y entender el universo. Realmente es algo genial y me encantó cómo ella me lo contaba con detalles e interés claro, pero lo más interesante de nuestra plática fue que ella misma había sacado la
conclusión que si el mundo está construido según la secuencia Fibonacci, no puede
ser que todo apareció al azar sino que el universo se debe a una mente prodigiosa.
La clase de matemáticas le había revelado algunos de los pensamientos de su
Creador.
*Fibonacci era un matemático italiano del siglo
XIII que escribió sobre el tema. Siglos antes, los matemáticos de la India ya
habían escrito sobre el fenómeno.
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