En los días más
recientes he pensado bastante en los mártires cristianos por varios motivos.
Primero, acabamos de celebrar el día de San Jorge (el que luchó contra el
dragón) que es uno de los mártires más amados de la antigüedad. Todavía es el santo de devoción más popular
entre los creyentes de medio oriente. Segundo, este sábado se conmemora a San
Marcos, evangelista y mártir, que según la tradición fundó la Iglesia Ortodoxa Cóptica
de Egipto, cuyos papas se designan “sucesores de San Marcos” como los de Roma
se designan “sucesores de San Pedro”.
La Iglesia
Cóptica ha sido iglesia de mártires por toda su historia, primero bajo dominio
romano y después bajo dominio del califato islámico. Sigue en tal condición hoy
por su testimonio vivo frente a la invasión jihadista de los extremistas de
ISIS y grupos relacionados. Hace unas
semanas veintiuno cristianos cópticos de Egipto fueron martirizados en las
playas de Libia. Hace pocos días el mundo se dio cuenta que veintiocho
cristianos cópticos de Etiopía recibieron la misma condena por su fe en
Jesucristo. Prefieron dar su vida que negar a su Señor.
El tercer motivo
que me mueve a pensar en los mártires es que hace un siglo el gobierno otomán de Turquía asesinó a 1,000,000 de cristianos
armenios por confesar a Jesucristo como Señor, el primer genocidio del siglo
veinte. Cuando hombres violentos persiguen a
nuestros hermanos en el Señor para imponer sus creencias, es terrible. Es trágico y condenable. Nuestro
consuelo constante es que Dios nunca se olvidará de sus fieles y les dará la victoria final y la
justicia de su amor—
Después vi una
multitud enorme, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua:
estaban delante del trono y del Cordero, vestidos con túnicas blancas y con
palmas en la mano. Gritaban con voz potente: La victoria es de nuestro Dios,
que está sentado en el trono, y del Cordero. Todos los ángeles se habían puesto
en pie alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro vivientes. Se
inclinaron con el rostro en tierra delante del trono y adoraron a Dios
diciendo: Amén. Alabanza y gloria, sabiduría y acción de gracias, honor
y fuerza y poder a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Uno de los
ancianos se dirigió a mí y me preguntó: Los que llevan vestiduras blancas,
¿quiénes son y de dónde vienen? Contesté: Tú lo sabes, señor. Me dijo: Éstos
son los que han salido de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus
vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, le
dan culto día y noche en su templo, y el que se sienta en el trono habita entre
ellos. No pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el calor los
molestará, porque el Cordero que está en el trono los apacentará y los guiará a
fuentes de agua viva. Y Dios secará las lágrimas de sus ojos. (Apocalipsis 7:9-17)
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