viernes, 24 de abril de 2015

Pensando en los mártires

En los días más recientes he pensado bastante en los mártires cristianos por varios motivos. Primero, acabamos de celebrar el día de San Jorge (el que luchó contra el dragón) que es uno de los mártires más amados de la antigüedad.  Todavía es el santo de devoción más popular entre los creyentes de medio oriente. Segundo, este sábado se conmemora a San Marcos, evangelista y mártir, que según la tradición fundó la Iglesia Ortodoxa Cóptica de Egipto, cuyos papas se designan “sucesores de San Marcos” como los de Roma se designan “sucesores de San Pedro”.  
La Iglesia Cóptica ha sido iglesia de mártires por toda su historia, primero bajo dominio romano y después bajo dominio del califato islámico. Sigue en tal condición hoy por su testimonio vivo frente a la invasión jihadista de los extremistas de ISIS y grupos relacionados.  Hace unas semanas veintiuno cristianos cópticos de Egipto fueron martirizados en las playas de Libia. Hace pocos días el mundo se dio cuenta que veintiocho cristianos cópticos de Etiopía recibieron la misma condena por su fe en Jesucristo. Prefieron dar su vida que negar a su Señor.

El tercer motivo que me mueve a pensar en los mártires es que hace un siglo el gobierno  otomán de Turquía asesinó a 1,000,000 de cristianos armenios por confesar a Jesucristo como Señor, el primer genocidio del siglo veinte. Cuando hombres violentos persiguen a nuestros hermanos en el Señor para imponer sus creencias,  es terrible. Es trágico y condenable. Nuestro consuelo constante es que Dios nunca se olvidará de sus fieles y les dará la victoria final y la justicia de su amor—

Después vi una multitud enorme, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua: estaban delante del trono y del Cordero, vestidos con túnicas blancas y con palmas en la mano. Gritaban con voz potente: La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero. Todos los ángeles se habían puesto en pie alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro vivientes. Se inclinaron con el rostro en tierra delante del trono y adoraron a Dios diciendo: Amén. Alabanza y gloria, sabiduría y acción de gracias, honor y fuerza y poder a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Uno de los ancianos se dirigió a mí y me preguntó: Los que llevan vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde vienen? Contesté: Tú lo sabes, señor. Me dijo: Éstos son los que han salido de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, le dan culto día y noche en su templo, y el que se sienta en el trono habita entre ellos. No pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el calor los molestará, porque el Cordero que está en el trono los apacentará y los guiará a fuentes de agua viva. Y Dios secará las lágrimas de sus ojos.  (Apocalipsis 7:9-17)








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