Circula mucha
información por el internet. Eso es
bueno, pues ahora nos damos cuenta de casi todo lo que acontece en el mundo.
Podemos ver cada novedad, enterarnos de las cosas al instante y estar en
contacto con nuestros familiares y amigos aunque estén al otro lado del
planeta.
También circula
mucha mala información por el internet y eso, sí, es malo. Muy malo. Se crean
chismes y chambres. Se van posteando y
reposteando noticias falsas y puras propagandas ideológicas entre todo lo bueno
que hay. Esta situación nos obliga a discernir lo verdadero
de lo falso, lo real de los sustitutos. Lo mismo pasa con el tema de Cristo. Hoy por hoy circula más información que nunca sobre la vida y la obra de nuestro Salvador. Es tema de interés perene. Mucha gente cristiana y no cristiana quiere saber más de él y eso es excelente. Pero de lo tanto que se escribe y de que se habla de Jesús, salen muchas cosas que no son por nada ciertas. Aparecen tantas imágenes contradictorias de Cristo que tenemos que separar lo real de lo imaginario.
Doy dos ejemplos: Jesucristo es un hombre que ha transformado el mundo con su mensaje y vida. Eso es algo cierto. (Yo diría que es más que hombre...) A pesar de que cada año hay algún cínico que quiere ganar fama con decir que Jesús nunca existió, no hay manera seria de examinar la evidencia histórica y llegar a esta conclusión. Que Jesús era un revolucionario que murió por avanzar una agenda política y que, por tanto, los cristianos debemos avanzar un sinnúmero de ideologías políticas (sea de derecha o izquierda) es un mensaje falso. El Jesús real fue acusado y condenado falsamente por avanzar tal agenda, pero en el juicio ante Pilato se expresó claramente: “Mi reino no es de este mundo.”
La verdad es que
Cristo nos enseñó cuál es su verdadera agenda—Salvar el mundo: Porque tanto
amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al
mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. (San Juan
3:16,17)
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