El Evangelio para el Tercer Domingo de Pascua se encuentra entre los que sí dan hambre al lector:
Estaban hablando
de estas cosas, cuando Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con
vosotros.» Sobresaltados y asustados,
creían ver un espíritu. Pero él les
dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo.
Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como véis que yo tengo.»
Y, diciendo esto, los mostró las manos y
los pies. Como ellos no acabasen de
creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí
algo de comer?» Ellos le ofrecieron
parte de un pez asado. Lo tomó y comió
delante de ellos. (San Lucas 24:36-43)
A los que tenemos buen diente, la lectura da mucha esperanza, pues si el Señor resucitado comía tan rico, también nosotros lo haremos en la resurrección y el mundo venidero. ¿Por qué? Porque al igual dice la Escritura: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha
manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a él, porque le veremos tal cual es (1 Juan 3:2). Es decir que todavía podemos esperar comer pescado frito con tajadas en el cielo con el Señor. ¡Qué rico!
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