El Camino a Damasco |
Hoy la Iglesia propone la conmemoración del momento en que Saulo de Tarso
se convirtió en San Pablo, Apóstol. Es una historia que se cuenta tres veces en
los Hechos de los Apóstoles (capítulos 9, 22; 26). Es así de importante que se
tenía que repetir tanto.
Me acuerdo de cuándo me di cuenta de la grandeza de Pablo. Fue cuando
comencé a leer un libro que unos amigos me regalaron cuando mi familia se trasladó
a otro lado del país. El libro se titulaba “Los 100” y describía a las cien
personas más importantes de la historia. Lo chocante y lo que me abrió los ojos
para admirar a San Pablo fue la nota del autor en que decía que había repensado
el orden de sus biografías porque entre las ediciones se dio cuenta que el
apóstol no sólo era el autor de la mayoría del Nuevo Testamento y el fundador
de las iglesias más antiguas que han sobrevivido hasta ahora, pero también fue
el primer teólogo y filósofo cristiano.
No se puede hacer ni teología ni filosofía en serio sin tomar en cuenta el
pensamiento paulino. Ha afectado a todo. Aún si nos limitamos al campo
religioso, podemos ver un sin número de santos cuyas vidas fueron cambiadas
totalmente por escuchar o leer sus epístolas. Su influencia es tremenda. Mejor
dicho todavía—en todas las épocas desde que sirvió al Señor en la tierra, Dios ha
usado a San Pablo como instrumento para traer hombres y mujeres a conocer, amar
y servir a su Hijo Jesucristo. Ésta es la meta de todo creyente, que Dios pueda usarlo para llevar otros a Cristo.
Por tanto, la conversión de Pablo no solamente marcó un cambio profundo en
el joven religioso, sino marcó un cambio dramático para la historia del mundo.
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