S. Juan 3:14 |
Este domingo
escuchamos una historia del libro de Números (21:4-9) que muchos
desconocemos. Se trata de Moisés y la serpiente de bronce. El
Señor los había liberado de la
esclavitud, mas el descontento del pueblo aumentó tras su travesía
por el desierto. Dios castigó a los hebreos por esa terquedad y por
sus murmuraciones, enviándoles serpientes venenosas. Varios murieron;
sin embargo, Dios no quiso que murieran sino que se arrepintiesen
de su mal actuar. El remedio proveído a los hebreos fue que Moisés
hiciera una figura de serpiente hecha de bronce y que la pusiera en
un asta. A esta figura todos debían ver con fe para ser sanados.
Fueron muchos los salvados.
Por seguir
la norma explicada por San Pablo que las escrituras antiguas se
escribieron para nuestra enseñanza (véase Romanos 15:4) los primeros cristianos vieron en
esta historia un tipo o modelo de la salvación por Cristo: Y
como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo aquel que en él
cree no se pierda, sino que tenga vida eterna (S.
Juan 3:14,15).
Como la serpiente fue alzada para salvar a los israelitas que
creyeron en la palabra de Dios, así fue alzado Jesucristo sobre la
cruz para salvar a los hombres que creen en él. La imagen se hace
todavía más viva al acordarnos que la figura de la serpiente sobre
el asta formó algo semejante a una cruz. La lección entendido es
que si tenemos fe en Cristo, Dios nos salvará de nuestros pecados y
maldades: De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna (S. Juan 3:16).
Las lecturas para el Cuarto Domingo en Cuaresma (2018) son Números 21:4-9; Salmo 107:1-3,17-22; Efesios 2:1-10; San Juan 3:14-21.
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