A
veces nos cuesta encontrar la relación entre el mensaje del Antiguo
Testamento y el mensaje de Jesús. Tampoco es un tema nuevo, pues los
primeros cristianos se esforzaron por mostrar cómo Cristo cumplió
con las expectativas y esperanzas de la ley y de los antiguos
profetas.
Por
ejemplo, podemos ver que las prédicas de Pedro siempre resaltan que
Jesús es el cumplimento de las promesas de Dios (Hechos 2:1-40):
Pero
David era profeta, y sabía que Dios le había prometido con
juramento que pondría por rey a uno de sus descendientes. Así que,
viendo anticipadamente la resurrección del Mesías, David habló de
ella y dijo que el Mesías no se quedaría en el sepulcro ni su
cuerpo se descompondría. Pues bien, Dios ha resucitado a ese mismo
Jesús, y de ello todos nosotros somos testigos... Porque no fue
David quien subió al cielo; pues él mismo dijo: “El
Señor dijo a mi Señor: Siéntate
a mi derecha, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus
pies. "Sepa todo el pueblo de Israel, con toda seguridad, que a este
mismo Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y
Mesías. (Hechos 2:30-32,34-36)
También
la carta a los Hebreos nos ofrece una reflexión extendida sobre la
relación lo nuevo y el antiguo. Por eso, la epístola de este domingo
describe el ministerio de Cristo en términos
del sacerdocio de Melquisedec (véase también Génesis 14:17-24):
De
la misma manera, Cristo no se nombró Sumo sacerdote a sí mismo,
sino que Dios le dio ese honor, pues él fue quien le dijo: «Tú eres
mi hijo; yo te he engendrado hoy.» Y también le dijo en otra parte
de las Escrituras: «Tú eres sacerdote para siempre, de la misma
clase que Melquisedec.» (Hebreos 5:5-6).
No
ha de sorprendernos porque el mismo Jesús explica su vida y
ministerio en relación al Antiguo Testamento. Se presenta a sí como
el tema principal de las Escrituras:
Luego
se puso a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que
hablaban de él, comenzando por los libros de Moisés y
siguiendo por todos los libros de los profetas (Lucas
24:27).
La
lectura del libro de Jeremías es uno de los textos claves del
Antiguo Testamento para entender la vida y la misión de Cristo:
El
Señor afirma: «Vendrá un día en que haré una
nueva alianza con Israel y con Judá. Esta
alianza no será como la que hice con sus antepasados, cuando los
tomé de la mano para sacarlos de Egipto; porque ellos quebrantaron
mi alianza, a pesar de que yo era su dueño. Yo, el Señor, lo
afirmo. Ésta será la alianza que haré con Israel en aquel tiempo:
Pondré mi ley en su corazón y la escribiré en su mente. Yo seré
su Dios y ellos serán mi pueblo. Yo, el Señor, lo afirmo. Ya no
será necesario que unos a otros, amigos y parientes, tengan que
instruirse para que me conozcan, porque todos, desde el más grande
hasta el más pequeño, me conocerán. Yo les
perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados.
Yo, el Señor, lo afirmo.» (Jeremías 31:31-34)
Este
texto, especialmente las palabras en negrillas, forma las base de
nuestra comprensión del ministerio de Jesús. Son palabras que
repetimos en cada celebración de la Santa Eucaristía:
Después
de la cena tomó el cáliz; y dándote gracias, se lo entregó, y
dijo: "Beban todos de él. Esta es mi Sangre del nuevo
Pacto, sangre derramada por ustedes y
por muchos para el perdón de los
pecados. Siempre que lo beban,
háganlo como memorial mío". (LOC
285)
Cristo
estableció esta nueva alianza (o pacto) con nosotros al derramar su
sangre de la cruz para efectuar el perdón de los pecados. Queda
claro que la relación entre el Nuevo Testamento y Antiguo es que el
Nuevo cumple lo que el Antiguo prometió. Por tanto, el Nuevo
Testamento sólo es comprensible a la luz del Antiguo.
Las
lecturas para el Quinto Domingo en Cuaresma (2018) son Jeremías
31:31-34; Salmo 51:1-13 o Salmo 119:9-16; Hebreos 5:5-10; San Juan
12:20-33.
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