miércoles, 21 de marzo de 2018

Reflexión Bíblica para la Quinta Semana de Cuaresma (2018)

A veces nos cuesta encontrar la relación entre el mensaje del Antiguo Testamento y el mensaje de Jesús. Tampoco es un tema nuevo, pues los primeros cristianos se esforzaron por mostrar cómo Cristo cumplió con las expectativas y esperanzas de la ley y de los antiguos profetas.

Por ejemplo, podemos ver que las prédicas de Pedro siempre resaltan que Jesús es el cumplimento de las promesas de Dios (Hechos 2:1-40):

Pero David era profeta, y sabía que Dios le había prometido con juramento que pondría por rey a uno de sus descendientes. Así que, viendo anticipadamente la resurrección del Mesías, David habló de ella y dijo que el Mesías no se quedaría en el sepulcro ni su cuerpo se descompondría. Pues bien, Dios ha resucitado a ese mismo Jesús, y de ello todos nosotros somos testigos... Porque no fue David quien subió al cielo; pues él mismo dijo: “El Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies. "Sepa todo el pueblo de Israel, con toda seguridad, que a este mismo Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías. (Hechos 2:30-32,34-36)

También la carta a los Hebreos nos ofrece una reflexión extendida sobre la relación lo nuevo y el antiguo. Por eso, la epístola de este domingo describe el ministerio de Cristo en términos del sacerdocio de Melquisedec (véase también Génesis 14:17-24):

De la misma manera, Cristo no se nombró Sumo sacerdote a sí mismo, sino que Dios le dio ese honor, pues él fue quien le dijo: «Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy.» Y también le dijo en otra parte de las Escrituras: «Tú eres sacerdote para siempre, de la misma clase que Melquisedec.» (Hebreos 5:5-6).

No ha de sorprendernos porque el mismo Jesús explica su vida y ministerio en relación al Antiguo Testamento. Se presenta a sí como el tema principal de las Escrituras: 

Luego se puso a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él, comenzando por los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros de los profetas (Lucas 24:27).

La lectura del libro de Jeremías es uno de los textos claves del Antiguo Testamento para entender la vida y la misión de Cristo:

El Señor afirma: «Vendrá un día en que haré una nueva alianza con Israel y con Judá. Esta alianza no será como la que hice con sus antepasados, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto; porque ellos quebrantaron mi alianza, a pesar de que yo era su dueño. Yo, el Señor, lo afirmo. Ésta será la alianza que haré con Israel en aquel tiempo: Pondré mi ley en su corazón y la escribiré en su mente. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Yo, el Señor, lo afirmo. Ya no será necesario que unos a otros, amigos y parientes, tengan que instruirse para que me conozcan, porque todos, desde el más grande hasta el más pequeño, me conocerán. Yo les perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados. Yo, el Señor, lo afirmo.» (Jeremías 31:31-34)


Este texto, especialmente las palabras en negrillas, forma las base de nuestra comprensión del ministerio de Jesús. Son palabras que repetimos en cada celebración de la Santa Eucaristía:

Después de la cena tomó el cáliz; y dándote gracias, se lo entregó, y dijo: "Beban todos de él. Esta es mi Sangre del nuevo Pacto, sangre derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados. Siempre que lo beban, háganlo como memorial mío". (LOC 285)

Cristo estableció esta nueva alianza (o pacto) con nosotros al derramar su sangre de la cruz para efectuar el perdón de los pecados. Queda claro que la relación entre el Nuevo Testamento y Antiguo es que el Nuevo cumple lo que el Antiguo prometió. Por tanto, el Nuevo Testamento sólo es comprensible a la luz del Antiguo.

Las lecturas para el Quinto Domingo en Cuaresma (2018) son Jeremías 31:31-34; Salmo 51:1-13 o Salmo 119:9-16; Hebreos 5:5-10; San Juan 12:20-33.

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