martes, 29 de agosto de 2017

Reflexión Bíblica para la 12ª Semana después de Pentecostés


No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. (Romanos 12:2)
San Pedro por Marco Zoppo, c. 1468

Transformarse por medio de la renovación del entendimiento suena como si fuera algo complicado. Por eso, la versión Dios Habla Hoy lo traduce con la paráfrasis “Cambia su manera de pensar para cambiar su manera de ser.” En todo caso el mensaje paulino nos apunta hacia una verdad enorme: Lo que pensamos en gran medida determina cómo vivimos. Si pienso que los vegetales son veneno, no los comeré. Si pienso que tener dinero es lo más importante, mis esfuerzos por conseguirlo serán desmedidos. Y si pienso que es emocionante aprender todo lo que se pueda, estudiaré con mucho empeño. Sencillamente, prestamos más atención y más esfuerzo a los temas que creemos que son más importantes.

Tomando en cuenta este principio, podemos percibir lo extraordinario de la confesión de Pedro en el evangelio. ¿Quién decís vosotros que soy yo? En otras palabras Jesús les pregunta “¿Qué piensan de mí?” Pedro confiesa lo que cree, confiesa que Jesús es el Hijo de Dios. Pedro pensó que seguir a Jesús era más importante que sus negocios y otros asuntos de su vida.  Igualmente lo que pensamos de Jesús gobernará qué lugar tiene en nuestra vida. Si creemos que Jesús es uno de los muchos sabios de la historia, a lo mejor le vamos a escuchar, mas no necesariamente le haremos mucho caso, pues este pensamiento no nos compromete a nada. Pero si creemos como Pedro y decimos Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente, las cosas son distintas, pues lo que pensamos y creemos nos compromete a seguirle y a obedecerle. El apóstol nos llama a la transformación del pensamiento para que podamos transformar nuestras vidas, dándole prioridad a Jesucristo.         

Las lecturas para el 12º Domingo después de Pentecostés (2017) son Isaías 51:1-6 (o Éxodo 1:8-2:10); Salmo 138 (o Salmo 124); Romanos 12:1-8; San Mateo 16:13-20.

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