miércoles, 28 de noviembre de 2018

Reflexión Bíblica para la Última Semana después de Pentecostés (2018)

Esta semana proclamamos que Jesucristo es Rey de reyes y Señor de señores, y las lecturas giran alrededor del reinado de Cristo.

Primero leemos cómo el Espíritu de Dios ungió al rey David, el rey por excelencia en ambos Testamentos, dotándole de los dones de profecía y poder; y luego el salmo 132 declara las promesas que el Señor hizo a David:

El Señor ha jurado a David un juramento, y seguramente no se retractará: "A uno de los hijos de tu cuerpo pondré sobre tu trono. Si tus hijos guardaren mi pacto, y mis testimonios que yo les enseñaré, sus hijos también se sentarán sobre tu trono para siempre". (Salmo 132:11-12)

Los cristianos vemos una referencia a Cristo en este texto, pues según los evangelios Jesús es un descendiente de David; de hecho, las masas le aclaman como “Hijo de David”. Ese título significa “mesías” o “ungido” y representa las aspiraciones del pueblo judío, aspiraciones de que Dios cumpliría las promesas a David y a su nación.

El texto del Apocalipsis describe a Jesús con el vocabulario regio: Es el soberano de los reyes de la tierra y es a quien le corresponde el imperio del universo. Siendo Cristo el alfa y la omega, el principio y el fin de todo, no hay duda de su poderío supremo.

Visto superficialmente, el evangelio parece entrar en conflicto con las demás lecturas del día. De ninguna manera Jesús refleja ese poderío del Apocalipsis cuando está ante Pilato. Ése le pregunta confundido: “¿Entonces eres rey?” No se parece a los reyes y los gobernantes que conocemos. Cristo lo aclara: “Sí, soy rey, pero mi reino no es de este mundo.”

La verdad es que Jesús es un rey diferente. Gobierna con amor más que con los trucos de poder. Nos llama, invita y convence para que nos rindamos delante de él y para que extendamos su soberanía y gracia a toda nuestra vida, y a través de nosotros, al mundo entero.


Las lecturas para el Último Domingo después de Pentecostés (2018) son 2 Samuel 23:1-7; Salmo 132:1-13(14-18); Apocalipsis 1:4b-8; San Juan 18:33-37.







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