Hoy empieza la Cuaresma, los cuarenta días de preparación para la celebración de la Pascua Cristiana--la Pascua de la Resurrección. Al primer día le llamamos Miércoles de Ceniza, pues siempre es miércoles y es costumbre imponer ceniza en la frente o en la cabeza. Antiguamente fue el tiempo de prueba de los que se preparaban para el Bautismo y luego de los que habían recibido la prohibición de recibir la Santa Comunión por haber negado la fe en público.
Los curas siempre recordamos a la gente que la Cuaresma es tiempo de ayuno, de abstinencia, de actos de misericordia y de autonegación. Por tradición se limita la carne que uno consume, especialmente los viernes. En el mundo anglosajón tenemos costumbre de dejer algo que nos gusta: los dulces, la Coca Cola, el ice cream y otras cosas de ese tipo. Todo esto--desde las cenizas hasta el abandonar el chocolate--tiene un valor propio. No lo menosprecio. Sin embargo siento cada año que vale la pena insistir que si el ayuno y la autonegación no nos llaman a la conversión, no es nada más que una dieta con tintes religiosos. Los profetas y el Señor mismo criticaban a la religión de labios si no viene acompañada por al arrepentimiento sincero y una búsqueda auténtica de Dios. Hemos de dejar el mal y el pecado y dirigir nuestros corazones hacia el Señor. Ojalá estas disciplinas cuaresmales nos ayuden a consagrarnos más a Dios.
Procuren estar en paz con todos y progresen en la santidad, pues sin ella nadie verá al Señor. (Hebreos 12:14)
¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo. Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano. Entonces tu luz surgirá como la aurora y tus heridas sanarán rápidamente. Tu recto obrar marchará delante de ti y la Gloria de Yavé te seguirá por detrás. (Isaías 58:6-8)
Sométanse, pues, a Dios; resistan al diablo y huirá de ustedes; acérquense a Dios y él se acercará a ustedes. Purifíquense las manos, pecadores; santifiquen sus corazones, indecisos. (Santiago 4:7-8)
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