El Adviento y la
Navidad son momentos en que hasta la gente menos mariana habla de la Virgen María.
Es algo natural, pues María es integral a los hechos e imposible es evitar el
vínculo entre ella y el Señor Jesús a la hora de contar la historia del
nacimiento de Cristo. Diría yo que también es un momento cuando se puede ver la Virgen desde la mejor perspectiva, como mujer fiel, creyente y unida a Cristo. (La Crucifixión es otro momento así.)
¿Cuántos sermones
se podrían predicar sobre la Madre del Señor, la Madre de Dios Encarnado,
viendo en ella el ejemplo supremo de devoción y fidelidad a Cristo? Por eso he
predicado varias veces y he dirigido retiros hablando de las maravillas de la
Virgen María y seguiré haciéndolo , pues me encanta hablar de María—pero siempre en relación a Cristo, nunca sola.
También me interesa el tema de María en el arte. Desde pequeño me
han fascinado las imágenes de la Virgen. ¡Qué gusto cuando por fin pude
estudiarlas en los museos e iglesias de Europa! Pero descubrí que no todas las
figuras de María tenían el mismo efecto que la de mi infancia que cantaba “Noche
de paz”. La verdad es que no me gustaban mucho las imágenes de la Virgen en que
aparecía sin el Niño Jesús. Se veían extrañas porque no mostraban su verdadera gloria. Casi daban a entender que María tenía una
grandeza independiente; fue algo muy raro para mí, algo fuera de equilibrio. Era
como que no mostraban la verdadera María, la María, llena de la gracia de Dios, que cantó
al Señor: Desde
ahora todas las generaciones me llamarán dichosa, porque el Poderoso ha
hecho obras grandes por mí y su Nombre es Santo. (Lucas 1:48,49)
La grandeza y la
gloria de María son dones del Señor, son la gracia sobreabundante que Dios imparte a los que creen en su misericordia, y reflejan la grandeza
y la gloria de Cristo, al igual que la luna, cuya hermosura es la reflexión del sol
radiante. Sin el sol, la luna no alumbra. María sin Jesús no es la misma que nuestra fe conoce. La imagen de María más semejante a la verdad es la de la Virgen
gloriosa, iluminada por la luz de Cristo su hijo, cual sol del alma.
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