Ayer fue el
Domingo de la Santísima Trinidad. Es un tema del que a los predicadores les cuesta
sacar provecho. Parece demasiado
filosófico y abstracto. Nada práctico. El lío se descubre cuando uno se dé
cuenta de cómo nuestra idea de Dios afecta a todo. Si pienso que Dios es
vengativo, quizás yo también seré vengativo. Si pienso que Dios es muy lejano y
que no le interesamos los seres humanos, pues tampoco me interesará él. Pero si entiendo que Dios por naturaleza es
amor, que me hizo con su amor y desea que viva en su amor, quizás intentaré
vivir con amor hacia los demás.
La doctrina de la
Trinidad (que Dios es Tres y Dios es Uno) nos enseña que por naturaleza, por
esencia, Dios es amor porque existe desde toda la eternidad en una relación de
amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y este amor es lo que ha
provocado la Creación y la Redención de la humanidad y que ha sido derramado en
nuestros corazones por la gracia de Dios.
Es decir que la
Trinidad nos recuerda lo que San Juan dijo de forma muy sencilla—Dios es amor.
Y nosotros hemos
conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios
es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (1ra Juan 4:16)
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