Hoy recibí la noticia que dentro de un recluido monasterio en Roma murió uno de los grandes teólogos y pensadores de los siglos 20 y 21—Joseph Aloisius Ratzinger, Benedicto XVI. A sus 95 años de edad y con conocidos problemas de salud, la muerte del retirado pontífice fue esperada. Ratzinger nace en un día de transición (sábado santo) y fallece en otro (noche vieja), lo que me parece tan apropiado, dado que su vida vio muchísimas transiciones importantes en la vida de su Alemania natal, en Europa y en la Iglesia que tantos años sirvió y amó.
Confieso que tengo una relación inusual con Benedicto XVI. No soy católico romano
y nunca lo conocí en persona. Ni siquiera me atreví a escribirle cuando estaba estudiando sus obras. (Solo creo haberlo
visto de lejos cuando aún era cardenal hace más de veinte años.) Sin embargo, Joseph
Ratzinger ha sido para mí fuente de alegría, compañero en los estudios y estímulo
intelectual y espiritual.
Cuando preparé mi tesis doctoral sobre su concepto del Verbo (logos),
perdí la cuenta de cuántos libros, ensayos, discursos y artículos había leído,
sean escritos por él o sobre él. Los leí en inglés, español, italiano, latín,
incluso revisé documentos en alemán y francés con algo de ayuda. Nunca dejó de impresionarme,
no solo con la fuerza y la claridad de su intelecto, sino también con su
apertura genuina al diálogo con los demás. Casi todas sus obras citan positivamente a Lutero
y Teilhard de Chardin, escritores normalmente no muy queridos por los teólogos católicos.
(En su libro de texto para estudiantes de la teología fundamental incluso
propone el reconocimiento de los sacramentos y ministerios de los luteranos.) Exploraba
el sentido de la ética y la vida del ser humano en conversación con ateos,
librepensadores, marxistas, políticos y otros que no siempre compartían su fe
cristiana. Dentro y fuera de la Iglesia abogaba por el cristo-centrismo, por
una fe centrada en el Amor de Dios y en la Persona de Jesucristo. Tan
importante fue ese tema para él que lo eligió para su primera encíclica papal, Deus Caritas est.
Me identifiqué—y sigo identificándome—con su método teológico: El estudio
de la Sagradas Escrituras a la luz de la critica histórica y de la tradición de
los Padres de la Iglesia y el uso de la razón para llevar las ideas a sus consecuencias
lógicas para entenderlas plenamente. Recuerdo varias veces que un feligrés me
hacía preguntas a que daba mi respuesta inicial solo para descubrir que Ratzinger
ya había respondido igualmente en un artículo que no había leído. Por eso,
llegué a considerar al papa Benedicto XVI mi Vaterdoktor (director del
doctorado) no oficial, y admito ser un anglicano ratzingueriano.
Lo que siempre me ha entristecido es cómo tantos critican su pensamiento y
su teología sin haberlos leído, pero la proyección desde la ignorancia siempre
es más fácil que el estudio, el ataque más fácil que el diálogo. Sospecho que
quien lea las obras de Joseph Ratzinger descubrirá, como yo, una riqueza de
intelecto y de espiritualidad auténtica.
Que descanse en paz.