Durante esta época del año, en que todo el mundo parece estar sumergido en el ajetreo de “las fiestas” pre-, post- y pseudo- navideñas, es facilísimo perder el significado auténtico de la Navidad, de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo. ¿Quién no se distrae, aunque sea por algunos momentos, por el estrés de la decoración y los regalos y los demás compromisos familiares y sociales?
Esta mañana
experimenté un recordatorio muy parecido al leer una sección del profeta Isaías.
Por siglos la Iglesia nos ha propuesto leer de ese profeta durante el Adviento,
la Navidad y la Epifanía. Usualmente las lecturas pre-navideñas describen las
profecías de la Concepción virginal, el reinado del Mesías como Príncipe de Paz,
pero hoy me encontré con el Cántico del Siervo Sufriente (Isaías 52:13—53:12).
El texto es
impresionante cuando uno no lo espera. Nos recuerda por qué el Hijo de Dios se
encarnó y por qué necesitamos su ayuda--
Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, pero el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros. (53:6)
También--
Y sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores. Nosotros pensamos que Dios lo había herido, que lo había castigado y humillado. Pero fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades; el castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud. (53:4-5)
--Y--
Después de tanta aflicción verá la luz, y quedará satisfecho al saberlo; el justo siervo del Señor liberará a muchos, pues cargará con la maldad de ellos. (53:11)
En Navidad
celebramos que el Salvador del mundo vino para liberarnos de nuestra maldad,
para sanar nuestras heridas y para reconciliarnos con el Padre a través de su
muerte y resurrección.
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