jueves, 4 de agosto de 2016

La Transfiguración del Señor y los Criterios Personales


La Transfiguración del Señor, Rafael ca. 1520
Este sábado (06 de agosto) la Iglesia celebra la festividad de la Transfiguración del Señor para conmemorar la revelación de la divinidad de Jesucristo a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan en la presencia de Moisés y Elías. El Nuevo Testamento incluye cuatro relatos sobre el acontecimiento, lo que demuestra su importancia para los primeros cristianos. (Los cuatro relatos son Mateo 17:1-8; Marcos 9:2-13; Lucas 9:28-36; y 2 Pedro 2:16-21.) Es el tema de muchas obras de arte religioso y de los grandes maestros de la espiritualidad: La luz divina se revela en la oración y la vida contemplativa.

 Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. (Mateo 17:1-3)

Al parecer la celebración litúrgica de la Transfiguración siempre ha sido favorecida entre los cristianos ortodoxos del Oriente pero que no recibía tanta atención en las comunidades del Occidente hasta el siglo XX, cuando se extendió entre las iglesias de la Comunión Anglicana, especialmente en Gran Bretaña y los Estados Unidos.  La conmemoración fue adoptada con entusiasmo por sus bases bíblicas y porque fue una señal de la solidaridad ecuménica y la unidad cristiana. 

Irónicamente, durante ese mismo periodo, por influencia de académicos alemanes, se promovió la idea que la Transfiguración sólo era un mito cristiano careciente de valor histórico, introducido en la historia de la vida de Jesús para resaltar el relato posterior de la Resurrección. Lo extraño de este concepto es que las afirmaciones bíblicas de la Transfiguración, aparte de ser múltiples, precisamente insisten que no son ni mitos ni cuentos, sino testimonios acerca de un evento concreto de la historia:

Porque cuando les anunciamos el poder y la venida del Señor nuestro Jesucristo, no nos guiábamos por fábulas ingeniosas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. En efecto, él recibió de Dios Padre honor y gloria, por una voz que le llegó desde la sublime Majestad que dijo: Éste es mi Hijo querido, mi predilecto. Esa voz llegada del cielo la oímos nosotros cuando estábamos con él en la montaña santa. (2 Pedro 2:16-18)

En lugar de interpretar el texto bíblico los promotores de la “desmitologización”  de la Transfiguración introdujeron sus ideas preconcebidas a sus estudios.  Es decir que estudiaron sus prejuicios filosóficos más que el Nuevo Testamento.  El mismo texto que afirma de la historicidad de la Transfiguración nos advierte que no debemos interpretar la Palabra de Dios según criterios personales:

Pero deben saber ante todo que nadie puede interpretar por sí mismo una profecía de la Escritura, porque la profecía nunca sucedió por iniciativa humana, sino que los hombres de Dios hablaron movidos por el Espíritu Santo. (2 Pedro 2:20-21)

Cualquiera que trabaje en base de un sistema ideológico, sea “conservador” o “crítico” corre con este riesgo y de alguna manera u otra todos lo hacemos.  La “mitología” de la Transfiguración no es la única idea crítica que ha sido desacreditada con los años pero es suficiente para acordarnos que las Sagradas Escrituras son más importantes que nuestros sistemas filosóficos, prejuicios e idiosincrasias, pues las Escrituras son la Palabra de Dios.


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