La Transfiguración del Señor, Rafael ca. 1520 |
Este sábado (06 de agosto) la Iglesia celebra la festividad de la
Transfiguración del Señor para conmemorar la revelación de la divinidad de
Jesucristo a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan en la presencia de Moisés y
Elías. El Nuevo Testamento incluye cuatro relatos sobre el acontecimiento, lo
que demuestra su importancia para los primeros cristianos. (Los cuatro relatos
son Mateo 17:1-8; Marcos 9:2-13; Lucas 9:28-36; y 2 Pedro
2:16-21.) Es el tema de muchas obras de arte religioso y de los grandes maestros de la espiritualidad: La luz
divina se revela en la oración y la vida contemplativa.
Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. (Mateo 17:1-3)
Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. (Mateo 17:1-3)
Al parecer la celebración litúrgica de la Transfiguración siempre ha sido
favorecida entre los cristianos ortodoxos del Oriente pero que no recibía tanta
atención en las comunidades del Occidente hasta el siglo XX, cuando se extendió
entre las iglesias de la Comunión Anglicana, especialmente en Gran Bretaña y
los Estados Unidos. La conmemoración fue
adoptada con entusiasmo por sus bases bíblicas y porque fue una señal de la solidaridad
ecuménica y la unidad cristiana.
Irónicamente, durante ese mismo periodo, por influencia de académicos
alemanes, se promovió la idea que la Transfiguración sólo era un mito cristiano
careciente de valor histórico, introducido en la historia de la vida de Jesús
para resaltar el relato posterior de la Resurrección. Lo extraño de este
concepto es que las afirmaciones bíblicas de la Transfiguración, aparte de ser
múltiples, precisamente insisten que no son ni mitos ni cuentos, sino
testimonios acerca de un evento concreto de la historia:
Porque cuando les anunciamos
el poder y la venida del Señor nuestro Jesucristo, no nos guiábamos por fábulas ingeniosas, sino que habíamos sido
testigos oculares de su grandeza. En efecto, él recibió de Dios Padre honor
y gloria, por una voz que le llegó desde la sublime Majestad que dijo: Éste es
mi Hijo querido, mi predilecto. Esa voz llegada del cielo la oímos nosotros
cuando estábamos con él en la montaña santa. (2 Pedro 2:16-18)
En lugar de interpretar el texto bíblico los promotores de la “desmitologización”
de la Transfiguración introdujeron sus ideas
preconcebidas a sus estudios. Es decir
que estudiaron sus prejuicios filosóficos más que el Nuevo Testamento. El mismo texto que afirma de la historicidad
de la Transfiguración nos advierte que no debemos interpretar la Palabra de Dios
según criterios personales:
Pero deben saber ante todo
que nadie puede interpretar por sí mismo
una profecía de la Escritura, porque la profecía nunca sucedió por iniciativa
humana, sino que los hombres de Dios hablaron movidos por el Espíritu Santo. (2 Pedro 2:20-21)
Cualquiera que trabaje en base de un sistema ideológico, sea “conservador”
o “crítico” corre con este riesgo y de alguna manera u otra todos lo hacemos. La “mitología” de la Transfiguración no es la
única idea crítica que ha sido desacreditada con los años pero es suficiente para acordarnos
que las Sagradas Escrituras son más importantes que nuestros sistemas
filosóficos, prejuicios e idiosincrasias, pues las Escrituras son la Palabra de Dios.
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