martes, 6 de junio de 2017

Reflexión Bíblica para la Semana de Pentecostés


Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban,  y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos.  Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran. (Hechos 2:1-4)

Pentecostés significa “50” pues se celebra esta festividad en el día cincuenta después de la Pascua de Resurrección y aunque ya existía como una celebración judía en los tiempos del Nuevo Testamento, recibió otro significado para los cristianos por los acontecimientos contados en los Hechos de los Apóstoles.  Este libro nos cuenta que los discípulos estaban juntos con María y otros seguidores de Jesús cuando llegó el Espíritu Santo que les capacitó para dar testimonio de la Resurrección. El apóstol Pedro explicó que todo sucedió en cumplimiento de la Palabra de Dios y que Dios estaba llamando todos al arrepentimiento, al bautismo y a la nueva vida en Cristo. Tres mil personas se sumaron al Iglesia en un solo día por la predicación eficaz de los apóstoles.

Este don que se recibió en el Día de Pentecostés hace dos mil años permanece con la Iglesia cristiana hasta el día de hoy. Todos los que tenemos fe y somos bautizados tenemos una participación en este gran patrimonio, pues somos hijos adoptivos del Padre y coherederos con Cristo quien prometió que el Espíritu Santo moraría con los suyos hasta su regreso.  Este mismo Espíritu permaneciendo en la Iglesia nos capacita hoy para proclamar las Buenas Noticias que Cristo vive y está llamando a todos a la salvación en su Nombre.
Las lecturas para el Día de Pentecostés fueron: Hechos 2:1-21; Salmo 104:25-35,37; 1 Corintios 12:3b-13; San Juan 20:19-23.     
OH Dios, que como en un tiempo como éste instruíste los corazones de tus fieles, enviándoles la luz de tu Espíritu Santo; Concédenos por medio del mismo Espíritu un juicio acertado en todo, y el gozo constante en su santo consuelo; por los méritos de Cristo Jesús nuestro Salvador, que vive y reina, en unidad contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

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