lunes, 24 de noviembre de 2014

¡Viva Cristo Rey!

Ayer celebramos la fiesta de Cristo Rey, algo que tiene lógica, pues así se llama la iglesia que sirvo como sacerdote. Para marcar lo festivo sirvimos un pastel de chocolate como es típico en entre nosotros los gringos. (Por si preguntan, sí, me hizo falta el famoso "arroz con pollo" de las iglesias hondureñas.)  


Para que no digan que sólo pienso en la comida, comentaré sobre la predicación. Espero que estuvo bien. Me sentí bastante inspirado en la misa principal. Expliqué que la fiesta de Cristo Rey surgió en reacción a los totalitarismos del siglo xx como declaración de que Dios en Jesucristo está por encima de todos los poderes del universo y que todos los hombres y mujeres hemos de obedecerlo. La obediencia a Dios siempre cuesta. Por eso muchos (si no todos) luchamos con ella. Pues, todos tenemos aquella cosa que no queremos entregar al Señor y por eso muchas veces no crecemos como Dios quisiera. No lo dejamos actuar donde más lo necesitamos. Debemos aprender a confiar más en Dios y menos en nosotros mismos o en los grandes de este siglo. Los llamados reyes, líderes, politicos y potentados del mundo siempre fallan y fallarán porque son pecadores así como todos lo somos. Es peor aún cuando estos tratan de señorear sobre la gente.  (No nos faltan ejemplos actuales.) Pero todos los reyes de la historia serán juzgados por el verdadero Rey que nunca se equivoca. (Véase Mt. 25:31-46; Apoc. 19:11-21.) La esperanza de los que reclaman la justicia es que Cristo se lo concederá. A diferencia de los reyes, políticos y potentados de este mundo, Cristo, sí, merece nuestra obediencia porque en su gran amor pagó el precio de nuestra redención. Es decir: Nos ha comprado con su vida y con su propia sangre. El que hoy festejamos como Rey de Gloria es también Rey de la Cruz y es el Rey del Amor.





Cristo humilló a sí mismo
y se hizo obediente hasta la muerte,
hasta la muerte en la cruz.
Por eso, Dios lo exaltó al más alto honor
y le dio el más excelente de todos los nombres,
para que al nombre de Jesús
caigan de rodillas
todos los que están en los cielos,
en la tierra y debajo de la tierra,
y todos reconozcan
que Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.
Fil. 2:8-11


(No sé por qué hoy no me deja poner imágenes)

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